
“No faltó palabra de todas las buenas promesas que Jehová había hecho a la casa de Israel; todo se cumplió.” RVR1960 — Josué 21:45
Acabadas las guerras de la conquista, Josué se había retirado a la apacible vida de su hogar en Timnat-sera. “Aconteció, muchos días después que Jehová concediera paz a Israel de todos los enemigos que lo rodeaban, que Josué, ya viejo y avanzado en años, llamó a todo Israel, a sus ancianos, sus príncipes, sus jueces y sus oficiales”. Véase Josué 23, 24. PP 499.1
Habían pasado algunos años desde que el pueblo se había establecido definitivamente en sus posesiones, y ya se podían ver brotar los mismos males que hasta entonces habían atraído castigos sobre Israel. Al percatarse Josué de que los achaques de la vejez le invadían sigilosamente y que pronto su obra terminaría, se llenó de ansiedad por el futuro de su pueblo. Con interés más que paternal se dirigió a ellos cuando estuvieron reunidos una vez más alrededor de su anciano jefe. PP 499.2
Les dijo: “Habéis visto todo lo que Jehová, vuestro Dios, ha hecho con todas estas naciones por vuestra causa, pues Jehová, vuestro Dios, es quien ha peleado por vosotros”. Aunque los cananeos habían sido subyugados, seguían poseyendo una porción considerable de la tierra prometida a Israel, y Josué exhortó a su pueblo a no establecerse cómodamente y a no olvidar el mandamiento del Señor de desalojar totalmente a aquellas naciones idólatras. PP 499.3
¿Qué imagen conceptual presenta Josué 21: 43-45 acerca de Dios? ¿Cómo se aplican estas palabras no solo a la Tierra que fue prometida al pueblo de Dios en el pasado, sino también a la realidad de nuestra salvación (2 Tim. 2: 11-13)?
El pueblo en general tardaba mucho en completar la obra de expulsar a los paganos. Las tribus se habían dispersado para ocupar sus posesiones, el ejército había sido disuelto, y se miraba como empresa difícil y dudosa el reanudar la guerra. Pero Josué declaró: “Jehová, vuestro Dios, las echará de delante de vosotros, las expulsará de vuestra presencia y vosotros poseeréis sus tierras, como Jehová, vuestro Dios, os ha dicho. Esforzaos, pues, mucho en guardar y hacer todo lo que está escrito en el libro de la ley de Moisés, sin apartaros de ello ni a la derecha ni a la izquierda”. PP 500.1
Josué puso al mismo pueblo como testigo de que, siempre que ellos habían cumplido con las condiciones, Dios había cumplido fielmente las promesas que les hiciera. “Reconoced, pues, con todo vuestro corazón y con toda vuestra alma, que no ha faltado ni una sola de todas las bendiciones que Jehová, vuestro Dios, os había dicho” les dijo. Les declaró, además, que así como el Señor había cumplido sus promesas, así cumpliría sus amenazas. “Pero así como se os han cumplido todas las bendiciones que Jehová, vuestro Dios, os había dicho, también traerá Jehová sobre vosotros todas sus maldiciones [...]. Si quebrantáis el pacto que Jehová, vuestro Dios, os ha mandado, yendo a honrar a dioses ajenos e inclinándoos ante ellos, entonces la ira de Jehová se encenderá contra vosotros y desapareceréis rápidamente de esta buena tierra que él os ha dado”. PP 500.2
Satanás engaña a muchos con la plausible teoría de que el amor de Dios hacia sus hijos es tan grande que excusará el pecado de ellos; asevera que si bien las amenazas de la Palabra de Dios tienden a servir ciertos fines en su gobierno moral, no se cumplirán literalmente. Pero en todo su trato con los seres que creó, Dios ha mantenido los principios de la justicia mediante la revelación del pecado en su verdadero carácter, y ha demostrado que sus verdaderas consecuencias son la desgracia y la muerte. Nunca existió el perdón incondicional del pecado, ni existirá jamás. Un perdón de esta naturaleza sería el abandono de los principios de justicia que constituyen los fundamentos mismos del gobierno de Dios. Llenaría de consternación al universo inmaculado. Dios ha indicado fielmente los resultados del pecado, y si estas advertencias no fueran la verdad, ¿cómo podríamos estar seguros de que sus promesas se cumplirán? La así llamada benevolencia que quisiera hacer a un lado la justicia, no es benevolencia, sino debilidad. PP 500.3
Lee Josué 23: 1-5. ¿Cuáles son los puntos principales de la introducción de Josué?
Antes de la muerte de Josué, los jefes y representantes de las tribus, obedeciendo a su convocación, se reunieron otra vez en Siquem. Ningún otro lugar del país evocaba tantos recuerdos sagrados, pues les hacía rememorar el pacto de Dios con Abraham y Jacob, así como los votos solemnes que ellos mismos habían pronunciado al entrar en Canaán. Allí estaban los montes Ebal y Gerizim, testigos silenciosos de aquellos votos que ahora venían a renovar en presencia de su jefe moribundo. Por todas partes había evidencias de lo que Dios había hecho por ellos; de cómo les había dado una tierra por la cual no habían tenido que trabajar, ciudades que no habían edificado, viñedos y olivares que ellos no habían plantado. Josué repasó nuevamente la historia de Israel y relató las obras maravillosas de Dios, para que todos comprendieran su amor y misericordia, y le sirvieran “con integridad y en verdad”. PP 501.2
Por indicación de Josué, se había traído el arca de Silo. Era una ocasión muy solemne, y este símbolo de la presencia de Dios iba a profundizar la impresión que él deseaba hacer sobre el pueblo. Después de exponer la bondad de Dios hacia Israel, los invitó en el nombre de Jehová a que decidieran a quien querían servir. El culto de los ídolos seguía practicándose hasta cierto punto, en secreto, y Josué trató ahora de inducirlos a hacer una decisión que desterrara este pecado de Israel. “Y si mal os parece servir a Jehová -dijo él-, escogeos hoy a quien sirváis”. Josué deseaba lograr que sirvieran a Dios, no a la fuerza, sino voluntariamente. El amor a Dios es el fundamento mismo de la religión. De nada valdría dedicarse a su servicio meramente por la esperanza del galardón o por el temor al castigo. Una franca apostasía no ofendería más a Dios que la hipocresía y un culto de mero formalismo. PP 501.3
El anciano jefe exhortó a los israelitas a que consideraran en todos sus aspectos lo que les había expuesto y a que decidieran si realmente querían vivir como vivían las naciones idólatras y degradadas que habitaban alrededor de ellos. Si les parecía mal servir a Jehová, fuente de todo poder y de toda bendición, podían en ese día escoger a quien querían servir, “a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres”, de los que Abraham fue llamado a apartarse, o “a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis”. PP 501.4
Estas últimas palabras eran una severa reprensión para Israel. Los dioses de los amorreos no habían podido proteger a sus adoradores. A causa de sus pecados abominables y degradantes, aquella nación impía había sido destruida, y la buena tierra que una vez poseyera había sido dada al pueblo de Dios. ¡Qué insensatez sería la de Israel si escogiera las divinidades por cuyo culto habían sido destruídos los amorreos! PP 502.1
“Que yo y mi casa -dijo Josué- serviremos a Jehová”. El mismo santo celo que inspiraba el corazón del jefe se comunicó al pueblo. Sus exhortaciones le arrancaron esta respuesta espontánea: “Nunca tal acontezca, que dejemos a Jehová para servir a otros dioses”. PP 502.2
¿Qué similitudes existen entre la manera en que los israelitas conquistaron Canaán bajo el liderazgo de Josué y la forma en que los cristianos pueden vivir hoy una vida espiritual victoriosa? Lee Josué 23: 10; Colosenss 2: 15; 2 Corintios 10: 3-5; Efesios 6: 11-18.
El que decida entrar en el reino espiritual descubrirá que todos los poderes y las pasiones de una naturaleza sin regenerar, sostenidos por las fuerzas del reino de las tinieblas, se despliegan contra él. El egoísmo y el orgullo resistirán todo lo que revelaría su pecaminosidad. No podemos, por nosotros mismos, vencer los deseos y hábitos malos que luchan por el dominio. No podemos vencer al enemigo poderoso que nos retiene cautivos. Únicamente Dios puede darnos la victoria. El desea que disfrutemos del dominio sobre nosotros mismos, sobre nuestra propia voluntad y costumbres. Pero no puede obrar en nosotros sin nuestro consentimiento y cooperación. El Espíritu divino obra por las facultades y los poderes otorgados a los hombres. Nuestras energías han de cooperar con Dios. DMJ 119.4
No se gana la victoria sin mucha oración ferviente, sin humillar el yo a cada paso. Nuestra voluntad no ha de verse forzada a cooperar con los agentes divinos; debe someterse de buen grado. Aunque fuera posible que él nos impusiera la influencia del Espíritu de Dios con una intensidad cien veces mayor, eso no nos haría necesariamente cristianos, personas listas para el cielo. No se destruiría el baluarte de Satanás. La voluntad debe colocarse de parte de la voluntad de Dios. Por nosotros mismos no podemos someter a la voluntad de Dios nuestros propósitos, deseos e inclinaciones; pero si estamos dispuestos a someter nuestra voluntad a la suya, Dios cumplirá la tarea por nosotros, aun “refutando argumentos, y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia de Cristo”. Entonces nos ocuparemos de nuestra “salvación con temor y temblor, porque Dios” producirá en nosotros “así el querer como el hacer, por su buena voluntad”. DMJ 120.1
¿Por qué adoptó Josué una postura tan firme acerca de las relaciones de Israel con las naciones circundantes? (Jos. 23: 6-8, 12, 13).
Dios es quien da la vida. Desde el principio, todas sus leyes fueron ordenadas para favorecer la vida. Pero el pecado destruyó sorpresivamente el orden que Dios había establecido, y como consecuencia, vino la discordia. Mientras exista el pecado, los sufrimientos y la muerte serán inevitables. Únicamente porque el Redentor llevó en nuestro lugar la maldición del pecado puede el hombre esperar escapar en su propia persona a sus funestos resultados. PP 501.1
“No podréis servir a Jehová -dijo Josué-, porque él es Dios santo [...] no sufrirá vuestras rebeliones y vuestros pecados”. Antes de que pudiera haber una reforma permanente, era necesario hacerle sentir al pueblo cuán incapaz de obedecer a Dios era de por sí mismo. Habían quebrantado su ley; esta los condenaba como transgresores, y no les proporcionaba ningún medio de escape. Mientras confiaran en su propia fuerza y justicia, les era imposible lograr perdón de sus pecados; no podían satisfacer las exigencias de la perfecta ley de Dios, y en vano se comprometían a servir a Dios. Solo por la fe en Cristo podían alcanzar el perdón de sus pecados, y recibir fuerza para obedecer la ley de Dios. Debían dejar de depender de sus propios esfuerzos para salvarse; debían confiar por completo en el poder de los méritos del Salvador prometido, si querían ser aceptados por Dios. PP 502.3
Josué trató de hacer que sus oyentes pesaran muy bien sus palabras, y que desistieran de hacer votos para cuyo cumplimiento no estaban preparados. Con profundo fervor repitieron esta declaración: “No, sino que a Jehová serviremos”. Consintiendo solemnemente en atestiguar contra sí mismos que habían escogido a Jehová, una vez más reiteraron su promesa de lealtad: “A Jehová nuestro Dios serviremos, y a su voz obedeceremos”. PP 502.4
¿Cómo debemos interpretar las descripciones de la ira de Dios y su justicia retributiva en Josué (Jos. 23: 15, 16) y en otras partes de las Escrituras? (Ver también Núm. 11: 33; 2 Crón. 36: 16; Apoc. 14: 10, 19; 15: 1).
El pueblo de Israel había hecho su elección. Señalando a Jesús, habían dicho: “Quita a éste, y suéltanos a Barrabás.” Barrabás, el ladrón y homicida, era representante de Satanás. Cristo era el representante de Dios. Cristo había sido rechazado; Barrabás había sido elegido. Iban a tener a Barrabás. Al hacer su elección, aceptaban al que desde el principio es mentiroso y homicida. Satanás era su dirigente. Como nación, iban a cumplir sus dictados. Iban a hacer sus obras. Tendrían que soportar su gobierno. El pueblo que eligió a Barrabás en lugar de Cristo iba a sentir la crueldad de Barrabás mientras durase el tiempo. DTG 688.2
Mirando al herido Cordero de Dios, los judíos habían clamado: “Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos.” Este espantoso clamor ascendió al trono de Dios. Esa sentencia, que pronunciaron sobre sí mismos, fué escrita en el cielo. Esa oración fué oída. La sangre del Hijo de Dios fué como una maldición perpetua sobre sus hijos y los hijos de sus hijos. DTG 688.3
Esto se cumplió en forma espantosa en la destrucción de Jerusalén y durante dieciocho siglos en la condición de la nación judía que fué como un sarmiento cortado de la vid, una rama muerta y estéril, destinada a ser juntada y quemada. ¡De país a país a través del mundo, de siglo a siglo, muertos, muertos en delitos y pecados! DTG 688.4
Terriblemente se habrá de cumplir esta oración en el gran día del juicio. Cuando Cristo vuelva a la tierra, los hombres no le verán como preso rodeado por una turba. Le verán como Rey del cielo. Cristo volverá en su gloria, en la gloria de su Padre y en la gloria de los santos ángeles. Miríadas y miríadas, y miles de miles de ángeles, hermosos y triunfantes hijos de Dios que poseen una belleza y gloria superiores a todo lo que conocemos, le escoltarán en su regreso. Entonces se sentará sobre el trono de su gloria y delante de él se congregarán todas las naciones. Entonces todo ojo le verá y también los que le traspasaron. En lugar de una corona de espinas, llevará una corona de gloria, una corona dentro de otra corona. En lugar de aquel viejo manto de grana, llevará un vestido del blanco más puro, “tanto que ningún lavador en la tierra los puede hacer tan blancos.”5Marcos 9:3. Y en su vestidura y en su muslo estará escrito un nombre: “Rey de reyes y Señor de señores.”6Apocalipsis 19:16. Los que le escarnecieron e hirieron estarán allí. Los sacerdotes y príncipes contemplarán de nuevo la escena del pretorio. Cada circunstancia se les presentará como escrita en letras de fuego. Entonces los que pidieron: “Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos,” recibirán la respuesta a su oración. Entonces el mundo entero conocerá y entenderá. Los pobres, débiles y finitos seres humanos comprenderán contra quién y contra qué estuvieron guerreando. Con terrible agonía y horror, clamarán a las montañas y a las rocas: “Caed sobre nosotros, y escondednos de la cara de Aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero: porque el gran día de su ira es venido; ¿y quién podrá estar firme?” DTG 688.5
Josué exhorta a Israel a amar al Señor, su Dios (Jos. 23: 11; comparar con Deut. 6: 5). El amor no puede forzarse; si así fuera, dejaría de ser lo que esencialmente es. Ahora bien, ¿en qué sentido es posible requerir el amor de alguien?
“Dios no fuerza la voluntad ni el juicio de nadie. No se complace en una obediencia servil. Desea que las criaturas de sus manos lo amen porque es digno de amor. Quiere que le obedezcan porque aprecian inteligentemente su sabiduría, justicia y benevolencia. Y todos los que tienen una concepción justa de estas cualidades lo amarán porque se sienten atraídos hacia él en admiración por sus atributos. GC88 541.3
“Los principios de bondad, misericordia y amor, enseñados y ejemplificados por nuestro Salvador, son una transcripción de la voluntad y el carácter de Dios. Cristo declaró que no enseñaba nada excepto lo que había recibido de su Padre. Los principios del gobierno divino están en perfecta armonía con el precepto del Salvador: «Ama a tus enemigos». Dios ejecuta justicia sobre los malvados, por el bien del universo, e incluso por el bien de aquellos sobre quienes recaen sus juicios. Él los haría felices si pudiera hacerlo de acuerdo con las leyes de su gobierno y la justicia de su carácter. Los rodea con las muestras de su amor, les concede el conocimiento de su ley y los sigue con las ofertas de su misericordia; pero ellos desprecian su amor, anulan su ley y rechazan su misericordia. Mientras reciben constantemente sus dones, deshonran al Dador; odian a Dios porque saben que él aborrece sus pecados. El Señor soporta con paciencia su perversidad, pero al fin llegará la hora decisiva en que se decidirá su destino. ¿Encadenará entonces a estos rebeldes a su lado? ¿Los obligará a hacer su voluntad? GC88 542.1
“Aquellos que han elegido a Satanás como su líder y han sido controlados por su poder, no están preparados para entrar en la presencia de Dios. El orgullo, el engaño, el libertinaje y la crueldad se han arraigado en su carácter. ¿Podrán entrar en el cielo para morar eternamente con aquellos a quienes despreciaban y odiaban en la tierra? La verdad nunca será agradable para un mentiroso; la mansedumbre no satisfará el amor propio y el orgullo; la pureza no es aceptable para los corruptos; el amor desinteresado no resulta atractivo para los egoístas. ¿Qué fuente de disfrute podría ofrecer el cielo a aquellos que están totalmente absortos en intereses terrenales y egoístas? GC88 542.2
“¿Podrían aquellos cuyas vidas han transcurrido en rebelión contra Dios ser transportados repentinamente al cielo y ser testigos del elevado y santo estado de perfección que siempre existe allí, donde cada alma está llena de amor, cada rostro resplandeciente de alegría; música extasiante en melodiosas notas que se elevan en honor a Dios y al Cordero; y corrientes incesantes de luz que fluyen sobre los redimidos desde el rostro de Aquel que está sentado en el trono, ¿podrían aquellos cuyos corazones están llenos de odio hacia Dios, hacia la verdad y la santidad, mezclarse con la multitud celestial y unirse a sus cánticos de alabanza? ¿Podrían soportar la gloria de Dios y del Cordero? No, no; se les concedieron años de prueba para que pudieran formar caracteres aptos para el cielo; pero nunca entrenaron su mente para amar la pureza; nunca aprendieron el lenguaje del cielo, y ahora es demasiado tarde. Una vida de rebelión contra Dios los ha hecho incapaces para el cielo. Su pureza, santidad y paz serían una tortura para ellos; la gloria de Dios sería un fuego consumidor. Anhelarían huir de ese lugar santo. Acogerían con agrado la destrucción, para poder esconderse de la presencia de Aquel que murió para redimirlos. El destino de los malvados está determinado por su propia elección. Su exclusión del cielo es voluntaria por su parte, y justa y misericordiosa por parte de Dios.” GC88 542.3
Cristo ofreció su cuerpo quebrantado para comprar de nuevo la herencia de Dios, a fin de dar al hombre otra oportunidad. “Por lo cual puede también salvar eternamente a los que por él se allegan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos”.11Hebreos 7:25. Cristo intercede por la raza perdida mediante su vida inmaculada, su obediencia y su muerte en la cruz del Calvario. Y ahora, no como un mero suplicante, intercede por nosotros el Capitán de nuestra salvación, sino como un Conquistador que reclama su victoria. Su ofrenda es completa, y como Intercesor nuestro ejecuta la obra que él mismo se señaló, sosteniendo delante de Dios el incensario que contiene sus méritos inmaculados y las oraciones, las confesiones y las ofrendas de agradecimiento de su pueblo. Ellas, perfumadas con la fragancia de la justicia de Cristo, ascienden hasta Dios en olor suave. La ofrenda se hace completamente aceptable, y el perdón cubre toda transgresión. PVGM 121.1
Cristo se entregó a sí mismo para ser nuestro sustituto y nuestra seguridad, y no descuida a nadie. El no podría ver a los seres humanos expuestos a la ruina eterna sin derramar su alma hasta la muerte en favor de ellos, y considerará con piedad y compasión a toda alma que comprenda que no puede salvarse a sí misma. No mirará a ningún suplicante tembloroso sin levantarlo. El que mediante su propia expiación proveyó para el hombre un caudal infinito de poder moral, no dejará de emplear ese poder en nuestro favor. Podemos llevar nuestros pecados y tristezas a sus pies, pues él nos ama. Cada una de sus miradas y palabras estimulan nuestra confianza. El conformará y modelará nuestro carácter de acuerdo con su propia voluntad. PVGM 121.2
Todas las fuerzas satánicas no tienen poder para vencer a un alma que con fe sencilla se apoya en Cristo. “El da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas”.12Isaías 40:29. PVGM 122.1
“Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para que nos perdone nuestros pecados, y nos limpie de toda maldad”. El Señor dice: “Conoce empero tu maldad, porque contra Jehová tu Dios has prevaricado”. “Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos, os limpiaré”.13Juan 1:9; Jeremías 3:13; Ezequiel 36:25. PVGM 122.2