A Dios nadie le ha visto jamás; el Dios único que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer. RVa — Juan 1:18
Jesús vino con pobreza y humillación, a fin de ser tanto nuestro ejemplo como nuestro Redentor. Si hubiese aparecido con pompa real, ¿cómo podría habernos enseñado la humildad? ¿Cómo podría haber presentado verdades tan terminantes en el sermón del monte? ¿Dónde habría quedado la esperanza de los humildes en esta vida, si Jesús hubiese venido a morar como rey entre los hombres?
Sin embargo, para la multitud parecía imposible que el ser designado por Juan estuviese asociado con sus sublimes esperanzas. Así muchos quedaron chasqueados y muy perplejos.
Las palabras que los sacerdotes y rabinos tanto deseaban oír, a saber, que Jesús restauraría ahora el reino de Israel, no habían sido pronunciadas. Tal rey habían estado esperando y por él velaban; y a un rey tal estaban dispuestos a recibir. Pero no querían aceptar a uno que tratase de establecer en su corazón un reino de justicia y de paz. DTG 111.3 - DTG 111.5
La primera expresión de la fe de Natanael, tan completa, ferviente y sincera, fué como música en los oídos de Jesús. Y él respondió y le dijo: "¿Porque te dije, te vi debajo de la higuera, crees? cosas mayores que éstas verás." El Salvador miró hacia adelante con gozo, considerando su obra de predicar las buenas nuevas a los abatidos, de vendar a los quebrantados de corazón, y proclamar libertad a los cautivos de Satanás. Al pensar en las preciosas bendiciones que había traído a los hombres, Jesús añadió: "De cierto, de cierto os digo: De aquí adelante veréis el cielo abierto, y los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del hombre."
Con esto, Cristo dice en realidad: En la orilla del Jordán, los cielos fueron abiertos y el Espíritu descendió sobre mí en forma de paloma. Esta escena no fué sino una señal de que soy el Hijo de Dios. Si creéis en mí como tal, vuestra fe será vivificada. Veréis que los cielos están abiertos y nunca se cerrarán. Los he abierto a vosotros. Los ángeles de Dios están ascendiendo, y llevando las oraciones de los menesterosos y angustiados al Padre celestial, y al descender, traen bendición y esperanza, valor, ayuda y vida a los hijos de los hombres. DTG 116.3 - DTG 116.4
Lee Juan 13:1-20. ¿Qué ocurrió aquí y por qué es tan importante este relato? ¿Qué lecciones quiso enseñar Jesús?
Los discípulos no hacían ningún ademán de servirse unos a otros. Jesús aguardó un rato para ver lo que iban a hacer. Luego él, el Maestro divino, se levantó de la mesa. Poniendo a un lado el manto exterior que habría impedido sus movimientos, tomó una toalla y se ciñó. Con sorprendido interés, los discípulos miraban, y en silencio esperaban para ver lo que iba a seguir. "Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a limpiarlos con la toalla con que estaba ceñido." Esta acción abrió los ojos de los discípulos. Amarga vergüenza y humillación llenaron su corazón. Comprendieron el mudo reproche, y se vieron desde un punto de vista completamente nuevo.
Así expresó Cristo su amor por sus discípulos. El espíritu egoísta de ellos le llenó de tristeza, pero no entró en controversia con ellos acerca de la dificultad. En vez de eso, les dió un ejemplo que nunca olvidarían. Su amor hacia ellos no se perturbaba ni se apagaba fácilmente. Sabía que el Padre había puesto todas las cosas en sus manos, y que él provenía de Dios e iba a Dios. Tenía plena conciencia de su divinidad; pero había puesto a un lado su corona y vestiduras reales, y había tomado forma de siervo. Uno de los últimos actos de su vida en la tierra consistió en ceñirse como siervo y cumplir la tarea de un siervo.
Antes de la Pascua, Judas se había encontrado por segunda vez con los sacerdotes y escribas, y había cerrado el contrato de entregar a Jesús en sus manos. Sin embargo, más tarde se mezcló con los discípulos como si fuese inocente de todo mal, y se interesó en la ejecución de los preparativos para la fiesta. Los discípulos no sabían nada del propósito de Judas. Sólo Jesús podía leer su secreto. Sin embargo, no le desenmascaró. Jesús sentía anhelo por su alma. Sentía por él tanta preocupación como por Jerusalén cuando lloró sobre la ciudad condenada. Su corazón clamaba: "¿Cómo tengo de dejarte?" El poder constrictivo de aquel amor fué sentido por Judas. Mientras las manos del Salvador estaban bañando aquellos pies contaminados y secándolos con la toalla, el impulso de confesar entonces y allí mismo su pecado conmovió intensamente el corazón de Judas. Pero no quiso humillarse. Endureció su corazón contra el arrepentimiento; y los antiguos impulsos, puestos a un lado por el momento, volvieron a dominarle. Judas se ofendió entonces por el acto de Cristo de lavar los pies de sus discípulos. Si Jesús podía humillarse de tal manera, pensaba, no podía ser el rey de Israel. Eso destruía toda esperanza de honores mundanales en un reino temporal. Judas quedó convencido de que no había nada que ganar siguiendo a Cristo. Después de verle degradarse a sí mismo, como pensaba, se confirmó en su propósito de negarle y de confesarse engañado. Fué poseído por un demonio, y resolvió completar la obra que había convenido hacer: entregar a su Señor.
Judas, al elegir su puesto en la mesa, había tratado de colocarse en primer lugar, y Cristo, como siervo, le sirvió a él primero. Juan, hacia quien Judas había tenido tan amargos sentimientos, fué dejado hasta lo último. Pero Juan no lo consideró como una reprensión o desprecio. Mientras los discípulos observaban la acción de Cristo, se sentían muy conmovidos. Cuando llegó el turno de Pedro, éste exclamó con asombro: "¿Señor, tú me lavas los pies?" La condescendencia de Cristo quebrantó su corazón. Se sintió lleno de vergüenza al pensar que ninguno de los discípulos cumplía este servicio. "Lo que yo hago—dijo Cristo,—tú no entiendes ahora; mas lo entenderás después." Pedro no podía soportar el ver a su Señor, a quien creía ser Hijo de Dios, desempeñar un papel de siervo. Toda su alma se rebelaba contra esta humillación. No comprendía que para esto había venido Cristo al mundo. Con gran énfasis, exclamó: "¡No me lavarás los pies jamás!" DTG 600.4 - DTG 602.1
Solemnemente, Cristo dijo a Pedro: "Si no te lavare, no tendrás parte conmigo." El servicio que Pedro rechazaba era figura de una purificación superior. Cristo había venido para lavar el corazón de la mancha del pecado. Al negarse a permitir a Cristo que le lavase los pies, Pedro rehusaba la purificación superior incluída en la inferior. Estaba realmente rechazando a su Señor. No es humillante para el Maestro que le dejemos obrar nuestra purificación. La verdadera humildad consiste en recibir con corazón agradecido cualquier provisión hecha en nuestro favor, y en prestar servicio para Cristo con fervor. DTG 602.2
Lee Juan 14:1-3. En qué contexto dijo Jesús estas palabras?
Luego dirigiéndose a ellos con el término cariñoso de "hijitos," dijo: "Aun un poco estoy con vosotros. Me buscaréis; mas, como dije a los Judíos: Donde yo voy, vosotros no podéis venir; así digo a vosotros ahora."
Los discípulos no podían regocijarse cuando oyeron esto. El temor se apoderó de ellos. Se acercaron aun más al Salvador. Su Maestro y Señor, su amado Instructor y Amigo, les era más caro que la vida. A él pedían ayuda en todas sus dificultades, consuelo en sus tristezas y desencantos. Ahora estaba por abandonarlos, a ellos que formaban un grupo solitario y dependiente. Obscuros eran los presentimientos que les llenaban el corazón.
Pero las palabras que les dirigía el Salvador estaban llenas de esperanza. El sabía que iban a ser asaltados por el enemigo, y que la astucia de Satanás tiene más éxito contra los que están deprimidos por las dificultades. Por lo tanto, quiso desviar su atención de "las cosas que se ven" a "las que no se ven."1 Apartó sus pensamientos del destierro terrenal al hogar celestial.
"No se turbe vuestro corazón—dijo:—creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay: de otra manera os lo hubiera dicho: voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere, y os aparejare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo: para que donde yo estoy, vosotros también estéis. Y sabéis a dónde yo voy; y sabéis el camino." Por causa vuestra vine al mundo. Estoy trabajando en vuestro favor. Cuando me vaya, seguiré trabajando anhelosamente por vosotros. Vine al mundo a revelarme a vosotros, para que creyeseis. Voy al Padre para cooperar con él en vuestro favor. El objeto de la partida de Cristo era lo opuesto de lo que temían los discípulos. No significaba una separación final. Iba a prepararles lugar, a fin de volver aquí mismo a buscarlos. Mientras les estuviese edificando mansiones, ellos habían de edificar un carácter conforme a la semejanza divina. DTG 617.2 - DTG 617.5
Lee Juan 14:5, 6. ¿Qué pregunta hizo Tomás sobre adónde iba Jesús? ¿Cómo respondió Jesús?
Los discípulos estaban perplejos aún. Tomás, siempre acosado por las dudas, dijo: "Señor, no sabemos a dónde vas: ¿cómo, pues, podemos saber el camino? Jesús le dice: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida: nadie viene al Padre, sino por mí. Si me conocieseis, también a mi Padre conocierais: y desde ahora le conocéis, y le habéis visto."
No hay muchos caminos que llevan al cielo. No puede cada uno escoger el suyo. Cristo dice: "Yo soy el camino.... Nadie viene al Padre, sino por mí." Desde que fué predicado el primer sermón evangélico, cuando en el Edén se declaró que la simiente de la mujer aplastaría la cabeza de la serpiente, Cristo ha sido enaltecido como el camino, la verdad y la vida. El era el camino cuando Adán vivía, cuando Abel ofreció a Dios la sangre del cordero muerto, que representaba la sangre del Redentor. Cristo fué el camino por el cual los patriarcas y los profetas fueron salvos. El es el único camino por el cual podemos tener acceso a Dios.
"Si me conocieseis—dijo Cristo,—también a mi Padre conocierais: y desde ahora le conocéis, y le habéis visto." Pero los discípulos no le comprendieron todavía. "Señor, muéstranos el Padre—exclamó Felipe,—y nos basta." DTG 618.1 - DTG 618.3
Lee Juan 14:7-11. ¿Cómo aclaró Jesús el malentendido de Felipe?
"Si me conocieseis—dijo Cristo,—también a mi Padre conocierais: y desde ahora le conocéis, y le habéis visto." Pero los discípulos no le comprendieron todavía. "Señor, muéstranos el Padre—exclamó Felipe,—y nos basta."
Asombrado por esta dureza de entendimiento, Cristo preguntó con dolorosa sorpresa: "¿Tanto tiempo ha que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe?" ¿Es posible que no veáis al Padre en las obras que hace por medio de mí? ¿No creéis que he venido para testificar acerca del Padre? "¿Cómo, pues, dices tú: Muéstranos al Padre?" "El que me ha visto, ha visto al Padre." Cristo no había dejado de ser Dios cuando se hizo hombre. Aunque se había humillado hasta asumir la humanidad, seguía siendo divino. Cristo solo podía representar al Padre ante la humanidad, y los discípulos habían tenido el privilegio de contemplar esta representación por más de tres años.
"Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí: de otra manera, creedme por las mismas obras." Su fe podría haber descansado segura en la evidencia dada por las obras de Cristo, obras que ningún hombre habría podido hacer de por sí. Las obras de Cristo atestiguaban su divinidad. El Padre había sido revelado por él.
Si los discípulos creyesen en esta relación vital entre el Padre y el Hijo, su fe no los abandonaría cuando vieran los sufrimientos y la muerte de Cristo para salvar a un mundo que perecía. Cristo estaba tratando de conducirlos de su poca fe a la experiencia que podían recibir si realmente comprendían lo que era: Dios en carne humana. Deseaba que viesen que su fe debía llevarlos hacia arriba, hacia Dios, y anclarse allí. ¡Con cuánto fervor y perseverancia procuró nuestro compasivo Salvador preparar a sus discípulos para la tormenta de tentación que pronto iba a azotarlos! El quería que estuviesen ocultos con él en Dios. DTG 618.3 - DTG 619.2
Lee Juan 1:14, 17; Juan 8:32; Juan 14:6; y Juan 15:26. ¿Cómo vincula Juan el concepto de verdad directamente con Jesús?
Dios ordenó a Moisés respecto a Israel: "Hacerme han un santuario, y yo habitaré entre ellos,"11 y moraba en el santuario en medio de su pueblo. Durante todas sus penosas peregrinaciones en el desierto, estuvo con ellos el símbolo de su presencia. Así Cristo levantó su tabernáculo en medio de nuestro campamento humano. Hincó su tienda al lado de la tienda de los hombres, a fin de morar entre nosotros y familiarizarnos con su vida y carácter divinos. "Aquel Verbo fué hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad."12
Desde que Jesús vino a morar con nosotros, sabemos que Dios conoce nuestras pruebas y simpatiza con nuestros pesares. Cada hijo e hija de Adán puede comprender que nuestro Creador es el amigo de los pecadores. Porque en toda doctrina de gracia, toda promesa de gozo, todo acto de amor, toda atracción divina presentada en la vida del Salvador en la tierra, vemos a "Dios con nosotros." DTG 15.1 - DTG 15.2
Por su humanidad, Cristo tocaba a la humanidad; por su divinidad, se asía del trono de Dios. Como Hijo del hombre, nos dió un ejemplo de obediencia; como Hijo de Dios, nos imparte poder para obedecer. Fué Cristo quien habló a Moisés desde la zarza del monte Horeb diciendo: "YO SOY EL QUE SOY.... Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me ha enviado a vosotros."15 Tal era la garantía de la liberación de Israel. Asimismo cuando vino "en semejanza de los hombres," se declaró el YO SOY. El Niño de Belén, el manso y humilde Salvador, es Dios, "manifestado en carne."16 Y a nosotros nos dice: "'YO SOY el buen pastor.' 'YO SOY el pan vivo.' 'YO SOY el camino, y la verdad, y la vida.' 'Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra.'17 'YO SOY la seguridad de toda promesa.' 'YO SOY; no tengáis miedo.'" "Dios con nosotros" es la seguridad de nuestra liberación del pecado, la garantía de nuestro poder para obedecer la ley del cielo. DTG 16.1
Pero a su pregunta: "¿Tú quién eres?" él replicó: "El que al principio también os he dicho." Lo que se había revelado por sus palabras se revelaba también por su carácter. El era la personificación de las verdades que enseñaba. "Nada hago de mí mismo—continuó diciendo,—mas como el Padre me enseñó, esto hablo. Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre; porque yo, lo que a él agrada, hago siempre." No procuró probar su pretensión mesiánica, sino que mostró su unión con Dios. Si sus mentes hubiesen estado abiertas al amor de Dios, hubieran recibido a Jesús.
Entre sus oyentes, muchos eran atraídos a él con fe, y a éstos les dijo: "Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os libertará."
Estas palabras ofendieron a los fariseos. Pasando por alto la larga sujeción de la nación a un yugo extranjero, exclamaron coléricamente: "Simiente de Abraham somos, y jamás servimos a nadie: ¿cómo dices tú: Seréis libres?" Jesús miró a esos hombres esclavos de la malicia, cuyos pensamientos se concentraban en la venganza, y contestó con tristeza: "De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, es siervo de pecado." Ellos estaban en la peor clase de servidumbre: regidos por el espíritu del maligno. DTG 430.3 - DTG 431.2
El Consolador es llamado el "Espíritu de verdad." Su obra consiste en definir y mantener la verdad. Primero mora en el corazón como el Espíritu de verdad, y así llega a ser el Consolador. Hay consuelo y paz en la verdad, pero no se puede hallar verdadera paz ni consuelo en la mentira. Por medio de falsas teorías y tradiciones es como Satanás obtiene su poder sobre la mente. Induciendo a los hombres a adoptar normas falsas, tuerce el carácter. Por medio de las Escrituras, el Espíritu Santo habla a la mente y graba la verdad en el corazón. Así expone el error, y lo expulsa del alma. Por el Espíritu de verdad, obrando por la Palabra de Dios, es como Cristo subyuga a sí mismo a sus escogidos. DTG 624.3
Lee Juan 5:38-40. ¿Qué dice Jesús aquí sobre las Escrituras?
En toda página, sea de historia, preceptos o profecía, las Escrituras del Antiguo Testamento irradian la gloria del Hijo de Dios. Por cuanto era de institución divina, todo el sistema del judaísmo era una profecía compacta del Evangelio. Acerca de Cristo "dan testimonio todos los profetas."13 Desde la promesa hecha a Adán, por el linaje patriarcal y la economía legal, la gloriosa luz del cielo delineó claramente las pisadas del Redentor. Los videntes contemplaron la estrella de Belén, el Shiloh venidero, mientras las cosas futuras pasaban delante de ellos en misteriosa procesión. En todo sacrificio, se revelaba la muerte de Cristo. En toda nube de incienso, ascendía su justicia. Toda trompeta del jubileo hacía repercutir su nombre. En el pavoroso misterio del lugar santísimo, moraba su gloria.
Los judíos poseían las Escrituras, y suponían que en el mero conocimiento externo de la palabra tenían vida eterna. Pero Jesús dijo: "No tenéis su palabra morando en vosotros."14 Habiendo rechazado a Cristo en su palabra, le rechazaron en persona. "No queréis venir a mí—dijo,—para que tengáis vida." DTG 182.2 - DTG 182.3
Lee Lucas 24:27. ¿Por qué es importante que Jesús señalara primero las Escrituras para revelar el significado de su ministerio?
Empezando con Moisés, alfa de la historia bíblica, Cristo expuso en todas las Escrituras las cosas concernientes a él. Si se hubiese dado a conocer primero, el corazón de ellos habría quedado satisfecho. En la plenitud de su gozo, no habrían deseado más. Pero era necesario que comprendiesen el testimonio que le daban los símbolos y las profecías del Antiguo Testamento. Su fe debía establecerse sobre éstas. Cristo no realizó ningún milagro para convencerlos, sino que su primera obra consistió en explicar las Escrituras. Ellos habían considerado su muerte como la destrucción de todas sus esperanzas. Ahora les demostró por los profetas que era la evidencia más categórica para su fe. DTG 739.3
Al enseñar a estos discípulos, Jesús demostró la importancia del Antiguo Testamento como testimonio de su misión. Muchos de los que profesan ser cristianos ahora, descartan el Antiguo Testamento y aseveran que ya no tiene utilidad. Pero tal no fué la enseñanza de Cristo. Tan altamente lo apreciaba que en una oportunidad dijo: "Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán, si alguno se levantare de los muertos." DTG 740.1
Asombrado por esta dureza de entendimiento, Cristo preguntó con dolorosa sorpresa: "¿Tanto tiempo ha que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe?" ¿Es posible que no veáis al Padre en las obras que hace por medio de mí? ¿No creéis que he venido para testificar acerca del Padre? "¿Cómo, pues, dices tú: Muéstranos al Padre?" "El que me ha visto, ha visto al Padre." Cristo no había dejado de ser Dios cuando se hizo hombre. Aunque se había humillado hasta asumir la humanidad, seguía siendo divino. Cristo solo podía representar al Padre ante la humanidad, y los discípulos habían tenido el privilegio de contemplar esta representación por más de tres años.
"Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí: de otra manera, creedme por las mismas obras." Su fe podría haber descansado segura en la evidencia dada por las obras de Cristo, obras que ningún hombre habría podido hacer de por sí. Las obras de Cristo atestiguaban su divinidad. El Padre había sido revelado por él.
Si los discípulos creyesen en esta relación vital entre el Padre y el Hijo, su fe no los abandonaría cuando vieran los sufrimientos y la muerte de Cristo para salvar a un mundo que perecía. Cristo estaba tratando de conducirlos de su poca fe a la experiencia que podían recibir si realmente comprendían lo que era: Dios en carne humana. Deseaba que viesen que su fe debía llevarlos hacia arriba, hacia Dios, y anclarse allí. ¡Con cuánto fervor y perseverancia procuró nuestro compasivo Salvador preparar a sus discípulos para la tormenta de tentación que pronto iba a azotarlos! El quería que estuviesen ocultos con él en Dios. DTG 618.4 - DTG 619.2