El pacto en el Sinaí

Lección 8, 3er trimestre, 16-22 de agosto de 2025

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Sábado por la Tarde 16 Agosto

Para memorizar:

«Ustedes vieron lo que hice a los egipcios, y cómo los tomé sobre alas de águila, y los he traído a mí. Ahora pues, si en verdad escuchan mi voz y guardan mi pacto, ustedes serán mi especial tesoro entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra. Y ustedes serán mi reino de sacerdotes y gente santa» (Éxo. 19: 4–6).


De Refidín, el pueblo continuó su viaje, siguiendo el movimiento de la columna de nube. Su itinerario los había conducido a través de estériles llanuras, escarpadas pendientes y desfiladeros rocosos. A menudo mientras atravesaban los arenosos desiertos, habían divisado ante ellos, como enormes baluartes, montes escabrosos que, levantándose directamente frente a su camino, parecían impedirles el paso. Pero cuando se acercaban, aparecían salidas aquí y allá en la muralla de la montaña, y otra llanura se presentaba ante su vista. Por uno de estos profundos y arenosos pasos iban ahora. Era una escena grandiosa e imponente. Entre los peñascos que se elevaban a centenares de pies a cada lado, fluía la corriente de las huestes de Israel con sus ganados y ovejas, como un torrente vivo que se extendía hasta donde alcanzaba la vista. PP 273.2

Y entonces con solemne majestad, el monte Sinaí levantó ante ellos su maciza frente. La columna de nube se estableció sobre su cumbre, y el pueblo levantó sus tiendas en la llanura. Allí habían de morar durante casi un año. De noche la columna de fuego les aseguraba la protección divina, y al amanecer mientras dormitaban todavía, el pan del cielo caía suavemente sobre el campamento. PP 273.3

Domingo, 17 Agosto

En el monte Sinaí


Lee Éxodo 19: 1 al 8. ¿Qué prometió Dios a su pueblo al pie del monte Sinaí?

Poco tiempo después de acampar junto al Sinaí, se le indicó a Moisés que subiera al monte a encontrarse con Dios. Subió en solitario el escabroso y empinado sendero, y llegó cerca de la nube que señalaba el lugar donde estaba Jehová. Israel iba a entrar ahora en una relación más estrecha y más peculiar con el Altísimo, iba a ser recibido como iglesia y como nación bajo el gobierno de Dios. El mensaje que se le dio a Moisés para el pueblo fue el siguiente: “Vosotros visteis lo que hice con los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águila y os he traído a mí. Ahora, pues, si dais oído a mi voz y guardáis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra. Vosotros me seréis un reino de sacerdotes y gente santa”. Véase Éxodo 19-25. PP 275.1

Moisés regresó al campamento y reunió a los ancianos de Israel, les repitió el mensaje divino. Su respuesta fue: “Haremos todo lo que Jehová ha dicho”. Así concertaron un solemne pacto con Dios, prometiendo aceptarlo como su Soberano, por lo cual se convirtieron, en sentido especial, en súbditos de su autoridad. PP 275.2

Nuevamente el caudillo ascendió a la montaña; y el Señor le dijo: “Yo vendré a ti en una nube espesa, para que el pueblo oiga mientras yo hablo contigo, y así te crean para siempre”. Cuando encontraban dificultades en su camino, se sentían tentados a murmurar contra Moisés y Aarón y a acusarlos de haber sacado las huestes de Israel de Egipto para destruirlas. El Señor iba a honrar a Moisés ante ellas, para inducir al pueblo a confiar en sus instrucciones y a cumplirlas. PP 276.1

Lunes, 18 Agosto

La preparación para recibir el don


Lee Éxodo 19: 9 al 25. ¿Cómo preparó Dios a Israel para recibir los Diez Mandamientos?

Dios se propuso hacer de la ocasión en que iba a pronunciar su ley una escena de imponente grandeza, en consonancia con el exaltado carácter de esa ley. El pueblo debía comprender que todo lo relacionado con el servicio a Dios debe considerarse con gran reverencia. El Señor dijo a Moisés: “Vé al pueblo, y santifícalos hoy y mañana. Que laven sus vestidos y estén preparados para el tercer día, porque al tercer día Jehová descenderá a la vista de todo el pueblo sobre el monte Sinaí”. Durante esos días, todos debían dedicar su tiempo a prepararse solemnemente para aparecer ante Dios. Sus corazones y sus ropas debían estar libres de toda impureza. Y cuando Moisés les señalara sus pecados, ellos debían humillarse, ayunar y orar, para que sus corazones pudieran ser limpiados de iniquidad. PP 276.2

Se hicieron los preparativos conforme al mandato; y obedeciendo otra orden posterior, Moisés mandó a colocar una barrera alrededor del monte, para que ni las personas ni las bestias entraran al sagrado recinto. Quien se atreviera siquiera a tocarlo, moriría instantáneamente. PP 276.3

A la mañana del tercer día, cuando los ojos de todo el pueblo estaban sobre el monte, la cúspide se cubrió de una espesa nube, que se hacía más negra y más densa, y descendió hasta que toda la montaña quedó envuelta en tinieblas y en pavoroso misterio. Entonces se escuchó un sonido como de trompeta, que llamaba al pueblo a encontrarse con Dios; y Moisés los condujo hasta el pie del monte. De la gran oscuridad surgían vívidos relámpagos, mientras el fragor de los truenos retumbaba en las alturas circundantes. “Todo el monte Sinaí humeaba, porque Jehová había descendido sobre él en medio del fuego. El humo subía como el humo de un horno, y todo el monte se estremecía violentamente”. “La apariencia de la gloria de Jehová era, a los ojos de los hijos de Israel, como un fuego abrasador en la cumbre del monte”, ante los ojos de la multitud allí congregada. “El sonido de la trompeta se hacía cada vez más fuerte”. Tan terribles eran las señales de la presencia de Jehová que las huestes de Israel temblaron de miedo, y cayeron sobre sus rostros ante el Señor. Aun Moisés exclamó: “Estoy espantado y temblando”. Hebreos 12:21. PP 276.4

Entonces los truenos cesaron; ya no se oyó la trompeta; y la tierra quedó quieta. Hubo un plazo de solemne silencio y entonces se oyó la voz de Dios. Rodeado de un séquito de ángeles, el Señor, envuelto en espesa oscuridad, habló desde el monte y dio a conocer su ley. Moisés al describir la escena, dice: “Jehová vino de Sinaí, de Seir los alumbró, resplandeció desde el monte de Parán, avanzó entre diez millares de santos, con la ley de fuego a su mano derecha. Aún amó a su pueblo; todos los consagrados a él estaban en su mano. Por tanto, ellos siguieron tus pasos, recibiendo dirección de ti”. Deuteronomio 33:2, 3. PP 277.1

Martes, 19 Agosto

El don del decálogo


Lee Éxodo 20: 1 al 17. ¿Cuáles son los principios expresados en el Decálogo y cómo está organizado?

La ley no se proclamó en esa ocasión para beneficio exclusivo de los hebreos. Dios los honró haciéndolos guardianes y custodios de su ley; pero debían de tenerla como un santo legado para todo el mundo. Los preceptos del Decálogo se adaptan a toda la humanidad, y se dieron para la instrucción y el gobierno de todos. Son diez preceptos, breves, abarcantes, y autorizados, que incluyen los deberes del hombre hacia Dios y hacia sus semejantes; y todos se basan en el gran principio fundamental del amor. “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo”. Lucas 10:27; véase también Deuteronomio 6:4, 5; Levítico 19:18. En los Diez Mandamientos (Éxodo 20) estos principios se expresan en detalle, y se presentan en forma aplicable a la condición y circunstancias de la humanidad. PP 277.3

Aun entonces Dios no confió sus preceptos a la memoria de un pueblo inclinado a olvidar sus requerimientos, sino que los escribió sobre tablas de piedra. Quiso alejar de Israel toda posibilidad de mezclar las tradiciones paganas con sus santos preceptos, o de confundir sus mandamientos con costumbres o reglamentos humanos. Pero hizo más que darles los preceptos del Decálogo. El pueblo se había mostrado tan susceptible a descarriarse, que no quiso dejarles ninguna puerta abierta a la tentación. A Moisés se le dijo que escribiera, como Dios se lo había mandado, derechos y leyes que contenían instrucciones minuciosas respecto a lo que el Señor requería. Estas instrucciones relativas a los deberes del pueblo hacia Dios, a los deberes de unos para con otros, y hacia los extranjeros, no eran otra cosa que los principios de los Diez Mandamientos ampliados y dados de una manera específica, en forma tal que ninguno pudiera errar. Tenían por objeto resguardar la santidad de los Diez Mandamientos grabados en las tablas de piedra. PP 334.1

Si el hombre hubiera guardado la ley de Dios, tal como le fue dada a Adán después de su caída, preservada por Noé y observada por Abraham, no habría sido necesario el rito de la circuncisión. Y si los descendientes de Abraham hubieran guardado el pacto del cual la circuncisión era una señal, jamás habrían sido inducidos a la idolatría, ni habría sido necesario que sufrieran una vida de esclavitud en Egipto; habrían conservado el conocimiento de la ley de Dios, y no habría sido necesario proclamarla desde el Sinaí, o grabarla sobre tablas de piedra. Y si el pueblo hubiera practicado los principios de los Diez Mandamientos, no habría habido necesidad de las instrucciones adicionales que se le dieron a Moisés. PP 334.2

Miércoles, 20 Agosto

Diferentes funciones de la ley de Dios


Lee Santiago 1: 23 al 25. ¿Cómo nos ayudan estas palabras a percibir la función y la importancia de la Ley, aunque ella no pueda salvarnos?

¡Qué Dios es el nuestro! El gobierna sobre su reino con diligencia y cuidado; y en derredor de sus súbditos ha erigido una valla: los Diez Mandamientos, para preservarlos de los resultados de la transgresión. Al requerir que se obedezcan las leyes de su reino, Dios da a su pueblo salud y felicidad, paz y gozo. Les enseña que la perfección del carácter que él desea puede alcanzarse únicamente familiarizándose con su Palabra. CM 439.1

Mediante Moisés el Señor instruyó así a los israelitas: “Con todo eso vosotros guardaréis mis sábados: porque es señal entre mí y vosotros por vuestras edades, para que sepáis que yo soy Jehová que os santifico. Así que guardaréis el sábado, porque santo es a vosotros: el que lo profanare, de cierto morirá; porque cualquiera que hiciere obra alguna ... el día del sábado, morirá ciertamente. Guardarán, pues, el sábado los hijos de Israel: celebrándolo por sus edades por pacto perpetuo: señal es para siempre entre mí y los hijos de Israel; porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, y en el séptimo día cesó, y reposó.” Éxodo 31:13-17. PR 134.1

En estas palabras el Señor definió claramente la obediencia como camino que llevaba a la ciudad de Dios; pero el hombre de pecado cambió la dirección de la señal, y la puso en un sentido erróneo. Estableció un falso día de reposo, e hizo creer a hombres y mujeres que descansando en él obedecían a la orden del Creador. PR 134.2

Muchos maestros en religión aseveran que Cristo abolió la ley por su muerte, y que desde entonces los hombres se ven libres de sus exigencias. Algunos la representan como yugo enojoso, y en contraposición con la esclavitud de la ley, presentan la libertad de que se debe gozar bajo el evangelio. CS 459.3

Pero no es así como las profetas y los apóstoles consideraron la santa ley de Dios. David dice: “Y andaré con libertad, porque he buscado tus preceptos”. Salmos 119:45 (VM). El apóstol Santiago, que escribió después de la muerte de Cristo, habla del Decálogo como de la “ley real”, y de la “ley perfecta, la ley de libertad”. Santiago 2:8; 1:25 (VM). Y el vidente de Patmos, medio siglo después de la crucifixión, pronuncia una bendición sobre los “que guardan sus mandamientos, para que su potencia sea en el árbol de la vida, y que entren por las puertas en la ciudad” Apocalipsis 22:14. CS 460.1

Miren en el espejo de la ley de Dios los que se sienten inclinados a hacer una elevada profesión de santidad. Cuando vean la amplitud de sus exigencias y comprendan cómo ella discierne los pensamientos e intentos del corazón, no se jactarán de su impecabilidad. “Si dijéremos—dice Juan, sin separarse de sus hermanos—que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y no hay verdad en nosotros.” “Si dijéremos que no hemos pecado, lo hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros.” “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para que nos perdone nuestros pecados, y nos limpie de toda maldad.” 1 Juan 1:8, 10, 9. HAp 449.2

Jueves, 21 Agosto

La ley como promesa de Dios


Lee Romanos 3: 20 al 24. Pablo dice claramente que no podemos salvarnos por guardar los Diez Mandamientos. ¿Cuál debería ser entonces el papel de los mandamientos en nuestra vida?

En la transgresión de la ley, no hay seguridad ni reposo ni justificación. El hombre no puede esperar permanecer inocente delante de Dios y en paz con él mediante los méritos de Cristo, mientras continúe en pecado. Debe cesar de transgredir y llegar a ser leal y fiel. Cuando el pecador examina el gran espejo moral, ve sus defectos de carácter. Se ve a sí mismo tal como es, manchado, contaminado y condenado. Pero sabe que la ley no puede, en ninguna forma, quitar la culpa ni perdonar al transgresor. Debe ir más allá. La ley no es sino el ayo para llevarlo a Cristo. Debe contemplar a su Salvador que lleva los pecados. Y cuando Cristo se le revela en la cruz del Calvario, muriendo bajo el peso de los pecados de todo el mundo, el Espíritu Santo le muestra la actitud de Dios hacia todos los que se arrepienten de sus transgresiones. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. Juan 3:16. 1MS 250.2

Lee Romanos 10: 4. ¿Cómo debemos entender la afirmación de Pablo de que Cristo es el «fin» (RV95, en griego, telos) de la Ley?

Se ha dispuesto gracia abundante para que el alma creyente pueda ser preservada del pecado, pues todo el cielo, con sus recursos ilimitados, ha sido colocado a nuestra disposición. Hemos de extraer del pozo de la salvación. Cristo es el fin de la ley para justicia a todo aquel que cree. Somos pecadores por nosotros mismos, pero somos justos en Cristo. Habiéndonos hecho justos por medio de la justicia imputada de Cristo, Dios nos declara justos y nos trata como a tales. Nos contempla como a sus hijos amados. Cristo obra contra el poder del pecado, y donde abundó el pecado, sobreabunda la gracia. “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios”. Romanos 5:1, 2. 1MS 461.2

“Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús”. Romanos 3:24-26. “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios”. Efesios 2:8. Se cita Juan 1:14-16. 1MS 462.1


Viernes, 22 Agosto

Reflexión adicional

La ley de Dios, tal como se presenta en las Escrituras, es amplia en sus requerimientos. Cada principio es santo, justo y bueno. La ley impone a los hombres obligaciones frente a Dios. Alcanza hasta los pensamientos y sentimientos, y producirá una convicción de pecado en todo el que esté persuadido de haber transgredido sus requerimientos. Si la ley abarcara sólo la conducta externa, los hombres no serían culpables de sus pensamientos, deseos y designios erróneos. Pero la ley requiere que el alma misma sea pura y la mente santa, que los pensamientos y sentimientos estén de acuerdo con la norma de amor y justicia. 1MS 248.1

En sus enseñanzas, Cristo mostró cuán abarcantes son los principios de la ley pronunciados desde el Sinaí. Hizo una aplicación viviente de aquella ley cuyos principios permanecen para siempre como la gran norma de justicia: la norma por la cual serán juzgados todos en aquel gran día, cuando el juez se siente y se abran los libros. El vino para cumplir toda justicia y, como cabeza de la humanidad, para mostrarle al hombre que puede hacer la misma obra, haciendo frente a cada especificación de los requerimientos de Dios. Mediante la medida de su gracia proporcionada al instrumento humano, nadie debe perder el cielo. Todo el que se esfuerza, puede alcanzar la perfección del carácter. Esto se convierte en el fundamento mismo del nuevo pacto del Evangelio. La ley de Jehová es el árbol. El Evangelio está constituido por las fragantes flores y los frutos que lleva. 1MS 248.2

Cuando el Espíritu de Dios le revela al hombre todo el significado de la ley, se efectúa un cambio en el corazón. La fiel descripción de su verdadero estado, hecha por el profeta Natán, movió a David a comprender sus pecados y lo ayudó a desprenderse de ellos. Aceptó mansamente el consejo y se humilló delante de Dios. “La ley de Jehová—dijo él—es perfecta, que convierte el alma; el testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo. Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón; el precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos. El temor de Jehová es limpio, que permanece para siempre; los juicios de Jehová son verdad, todos justos. Deseables son más que el oro, y más que mucho oro afinado; y dulces más que miel, y que la que destila del panal. Tu siervo es además amonestado con ellos; en guardarlos hay grande galardón. ¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos. Preserva también a tu siervo de las soberbias; que no se enseñoreen de mí; entonces seré íntegro, y estaré limpio de gran rebelión. Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, oh Jehová, roca mía, y redentor mío”. Salmos 19:7-14. 1MS 249.1