Escudriñad las Escrituras, porque os parece que en ellas tenéis vida eterna, y ellas son las que dan testimonio de mí. RVa — Juan 5:39
Un claro concepto de lo que es Dios y de lo que él requiere que seamos, producirá en nosotros una sana humildad. El que estudia correctamente la Sagrada Palabra aprenderá que el intelecto humano no es omnipotente. Aprenderá que sin la ayuda que nadie sino Dios puede dar, la fuerza y la sabiduría humana no son sino debilidad e ignorancia.
El que sigue la dirección divina, ha hallado la única fuente verdadera de gracia salvadora y felicidad real, y ha obtenido el poder de impartir felicidad a todos los que lo rodean. Nadie, sin religión, puede disfrutar realmente de la vida. El amor a Dios purifica y ennoblece todo gusto y deseo, intensifica todo afecto y da realce a todo placer digno. Habilita a los hombres para apreciar y disfrutar de todo lo que es verdadero, bueno y hermoso.
Pero lo que sobre todas las demás consideraciones debiera inducirnos a apreciar la Biblia, es que en ella se revela a los hombres la voluntad de Dios. En ella aprendemos el propósito de nuestra creación, y los medios por los cuales se lo puede alcanzar. Aprendemos a aprovechar sabiamente la vida presente, y a asegurarnos la futura. Ningún otro libro puede satisfacer los anhelos del corazón o contestar las preguntas que se suscitan en la mente. Si obtienen un conocimiento de la Palabra de Dios y le prestan atención, los hombres pueden elevarse de las más bajas profundidades de la degradación hasta llegar a ser hijos de Dios, compañeros de los ángeles sin pecado. ECR 68.3 - ECR 69.1
Lee Juan 21:1-19. ¿Qué verdades cruciales se revelan aquí, especialmente sobre la gracia de Dios y la humildad humana?
El éxito nunca falta cuando se obedece la orden del Maestro. Si el ministerio hubiera estado preguntando constantemente a Jesús dónde y cómo echar la red, habría habido multitud de "peces" -conversos- y nunca habría faltado "carne" -medios.
Vívidamente recordaban la escena ocurrida al lado del mar cuando Jesús les había ordenado que le siguieran. Recordaban cómo, a su orden, se habían dirigido mar adentro, habían echado la red y habían prendido tantos peces que la llenaban hasta el punto de romperla. Entonces Jesús los había invitado a dejar sus barcos y había prometido hacerlos pescadores de hombres. Con el fin de hacerles recordar esta escena y profundizar su impresión, había realizado de nuevo este milagro. Su acto era una renovación del encargo hecho a los discípulos. Demostraba que la muerte de su Maestro no había disminuído su obligación de hacer la obra que les había asignado. Aunque habían de quedar privados de su compañía personal y de los medios de sostén que les proporcionara su empleo anterior, el Salvador resucitado seguiría cuidando de ellos. Mientras estuviesen haciendo su obra, proveería a sus necesidades. Y Jesús tenía un propósito al invitarlos a echar la red hacia la derecha del barco. De ese lado estaba él, en la orilla. Era el lado de la fe. Si ellos trabajaban en relación con él y se combinaba su poder divino con el esfuerzo humano, no podrían fracasar.
Cristo tenía otra lección que dar, especialmente relacionada con Pedro. La forma en que Pedro había negado a su Maestro había ofrecido un vergonzoso contraste con sus anteriores profesiones de lealtad. Había deshonrado a Cristo e incurrido en la desconfianza de sus hermanos. Ellos pensaban que no se le debía permitir asumir su posición anterior entre ellos, y él mismo sentía que había perdido su confianza. Antes de ser llamado a asumir de nuevo su obra apostólica, debía dar delante de todos ellos pruebas de su arrepentimiento. Sin esto, su pecado, aunque se hubiese arrepentido de él, podría destruir su influencia como ministro de Cristo. El Salvador le dió oportunidad de recobrar la confianza de sus hermanos y, en la medida de lo posible, eliminar el oprobio que había atraído sobre el Evangelio.
En esto es dada una lección para todos los que siguen a Cristo. El Evangelio no transige con el mal. No puede disculpar el pecado. Los pecados secretos han de ser confesados en secreto a Dios. Pero el pecado abierto requiere una confesión abierta. El oprobio que ocasiona el pecado del discípulo recae sobre Cristo. Hace triunfar a Satanás, y tropezar a las almas vacilantes. El discípulo debe, hasta donde esté a su alcance, eliminar ese oprobio dando prueba de su arrepentimiento. DTG 750.4 - DTG 751.2
Tres veces había negado Pedro abiertamente a su Señor, y tres veces Jesús obtuvo de él la seguridad de su amor y lealtad, haciendo penetrar en su corazón esta aguda pregunta, como una saeta armada de púas que penetrase en su herido corazón. Delante de los discípulos congregados, Jesús reveló la profundidad del arrepentimiento de Pedro, y demostró cuán cabalmente humillado se hallaba el discípulo una vez jactancioso. DTG 752.2
Lee Juan 21:20-22. ¿Qué pregunta llevó a Pedro por un camino equivocado? ¿Cómo enderezó Jesús el camino?
Mientras Pedro andaba al lado de Jesús, vió que Juan los estaba siguiendo. Le dominó el deseo de conocer su futuro, y "dice a Jesús: Señor, ¿y éste, qué? Dícele Jesús: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti? Sígueme tú." Pedro debiera haber considerado que su Señor quería revelarle todo lo que le convenía saber. Es deber de cada uno seguir a Cristo sin preocuparse por la tarea asignada a otros. Al decir acerca de Juan: "Si quiero que él quede hasta que yo venga," Jesús no aseguró que este discípulo habría de vivir hasta la segunda venida del Señor. Aseveró meramente su poder supremo, y que si él quisiera que fuese así, ello no habría de afectar en manera alguna la obra de Pedro. El futuro de Juan, tanto como el de Pedro, estaba en las manos de su Señor. El deber requerido de cada uno de ellos era que le obedeciesen siguiéndole.
¡Cuántos son hoy semejantes a Pedro! Se interesan en los asuntos de los demás, y anhelan conocer su deber mientras que están en peligro de descuidar el propio. Nos incumbe mirar a Cristo y seguirle. Veremos errores en la vida de los demás y defectos en su carácter. La humanidad está llena de flaquezas. Pero en Cristo hallaremos perfección. Contemplándole, seremos transformados. DTG 754.4 - DTG 755.1
Lee Juan 21:23-25. ¿Cómo se malinterpretó la declaración de Jesús? ¿Cómo corrigió el apóstol Juan ese malentendido?
Al decir acerca de Juan: "Si quiero que él quede hasta que yo venga," Jesús no aseguró que este discípulo habría de vivir hasta la segunda venida del Señor. Aseveró meramente su poder supremo, y que si él quisiera que fuese así, ello no habría de afectar en manera alguna la obra de Pedro. El futuro de Juan, tanto como el de Pedro, estaba en las manos de su Señor. El deber requerido de cada uno de ellos era que le obedeciesen siguiéndole. DTG 754.4
Juan vivió hasta ser muy anciano. Presenció la destrucción de Jerusalén y la ruina del majestuoso templo, símbolo de la ruina final del mundo. Hasta sus últimos días, Juan siguió de cerca a su Señor. El pensamiento central de su testimonio a las iglesias era: "Carísimos, amémonos unos a otros;" "el que vive en amor, vive en Dios, y Dios en él." DTG 755.2
Pedro había sido restaurado a su apostolado, pero la honra y la autoridad que recibió de Cristo no le dieron supremacía sobre sus hermanos. Cristo dejó bien sentado esto cuando en contestación a la pregunta de Pedro: "¿Y éste, qué?" había dicho: "¿Qué a ti? Sígueme tú." Pedro no había de ser honrado como cabeza de la iglesia. El favor que Cristo le había manifestado al perdonarle su apostasía y al confiarle la obra de apacentar el rebaño, y la propia fidelidad de Pedro al seguir a Cristo, le granjearon la confianza de sus hermanos. Tuvo mucha influencia en la iglesia. Pero la lección que Cristo le había enseñado a orillas del mar de Galilea, la conservó Pedro toda su vida… DTG 755.3
Lea Juan 1:4-10; Juan 3:19-21; Juan 5:35; Juan 8:12; Juan 9:5; Juan 11:9, 10; y Juan 12:35. ¿Qué gran contraste se presenta aquí, y por qué es este contraste tan fundamental para comprender la verdad?
Estas palabras estaban en armonía con las de Jesús mismo, quien, cuando detuvo a Saulo en el camino a Damasco, declaró: "Para esto te he aparecido, para ponerte por ministro y testigo de las cosas que has visto, y de aquellas en que apareceré a ti: librándote del pueblo y de los Gentiles, a los cuales ahora te envío, para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, remisión de pecados y suerte entre los santificados." Hechos 26:16-18. HAp 103.5
Un objeto negro y sucio nunca refleja, consume toda la luz para sí. La luna brilla porque su superficie es de sustancia blanca. Si fuera de sustancia negra no podría reflejar luz alguna. Lo mismo ocurre con la luz espiritual: si estamos deseosos de brillar, debemos levantarnos y limpiarnos, despojarnos de nuestras vestiduras negras y sucias, tomar parte activa en este renacimiento y reforma bajo la supervisión del Espíritu Santo. La estupidez, el fanatismo y la indiferencia deben abandonarse y el pensamiento divino debe ponerse en acción, así lo ordena el Señor:
Lee Juan 8:42-44. ¿Cómo describe Jesús el falso fundamento sobre el que los líderes religiosos de Israel habían basado su fe?
Jesús negó que los judíos fueran hijos de Abrahán. Dijo: "Vosotros hacéis las obras de vuestro padre." En mofa respondieron: "Nosotros no somos nacidos de fornicación; un padre tenemos, que es Dios." Estas palabras, que aludían a las circunstancias del nacimiento de Cristo, estaban destinadas a ser una estocada contra Cristo en presencia de los que estaban comenzando a creer en él. Jesús no prestó oído a esta ruin insinuación, sino que dijo: "Si vuestro padre fuera Dios, ciertamente me amaríais: porque yo de Dios he salido, y he venido."
Sus obras testificaban del parentesco de ellos con el que era mentiroso y asesino. "Vosotros de vuestro padre el diablo sois—dijo Jesús,—y los deseos de vuestro padre queréis cumplir. El, homicida ha sido desde el principio, y no permaneció en la verdad, porque no hay verdad en él.... Y porque yo digo verdad, no me creéis." Porque Jesús hablaba la verdad y la decía con certidumbre, no fué recibido por los dirigentes judíos. Era la verdad lo que ofendía a estos hombres que se creían justos. La verdad exponía la falacia del error; condenaba sus enseñanzas y prácticas, y fué mal acogida. Ellos preferían cerrar los ojos a la verdad, antes que humillarse para confesar que habían estado en el error. No amaban la verdad. No la deseaban aunque era la verdad. DTG 432.4 - DTG 433.1
Lee Juan 4:46-54. ¿Qué problema llevó al funcionario a Jesús, y cuál era la verdadera cuestión subyacente?
A pesar de toda la evidencia de que Jesús era el Cristo, el solicitante había resuelto creer en él tan sólo si le otorgaba lo que solicitaba. El Salvador puso esta incredulidad en contraste con la sencilla fe de los samaritanos que no habían pedido milagro ni señal. Su palabra, evidencia siempre presente de su divinidad, tenía un poder convincente que alcanzó sus corazones. Cristo se apenó de que su propio pueblo, al cual habían sido confiados los oráculos sagrados, no oyese la voz de Dios que le hablaba por su Hijo.
Sin embargo, el noble tenía cierto grado de fe; pues había venido a pedir lo que le parecía la más preciosa de todas las bendiciones. Jesús tenía un don mayor que otorgarle. Deseaba no sólo sanar al niño, sino hacer participar al oficial y su casa de las bendiciones de la salvación, y encender una luz en Capernaúm, que había de ser pronto campo de sus labores. Pero el noble debía comprender su necesidad antes de llegar a desear la gracia de Cristo. Este cortesano representaba a muchos de su nación. Se interesaban en Jesús por motivos egoístas. Esperaban recibir algún beneficio especial de su poder, y hacían depender su fe de la obtención de ese favor temporal; pero ignoraban su enfermedad espiritual y no veían su necesidad de gracia divina.
Como un fulgor de luz, las palabras que dirigió el Salvador al noble desnudaron su corazón. Vió que eran egoístas los motivos que le habían impulsado a buscar a Jesús. Vió el verdadero carácter de su fe vacilante. Con profunda angustia, comprendió que su duda podría costar la vida de su hijo. Sabía que se hallaba en presencia de un Ser que podía leer los pensamientos, para quien todo era posible, y con verdadera agonía suplicó: "Señor, desciende antes que mi hijo muera." Su fe se aferró a Cristo como Jacob trabó del ángel cuando luchaba con él y exclamó: "No te dejaré, si no me bendices."1
DTG 168.2 - DTG 168.4
Lee Juan 12:32. ¿De qué manera describe esta sorprendente afirmación la autoridad de Jesucristo?
"Ahora es el juicio de este mundo—continuó Cristo;—ahora el príncipe de este mundo será echado fuera. Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos traeré a mí mismo. Y esto decía dando a entender de qué muerte había de morir." Esta es la crisis del mundo. Si soy hecho propiciación por los pecados de los hombres, el mundo será iluminado. El dominio de Satanás sobre las almas de los hombres será quebrantado. La imagen de Dios que fué borrada será restaurada en la humanidad, y una familia de santos creyentes heredará finalmente la patria celestial. Tal es el resultado de la muerte de Cristo. El Salvador se pierde en la contemplación de la escena de triunfo evocada delante de él. Ve la cruz, la cruel e ignominiosa cruz, con todos sus horrores, esplendorosa de gloria.
Pero la obra de la redención humana no es todo lo que ha de lograrse por la cruz. El amor de Dios se manifiesta al universo. El príncipe de este mundo es echado fuera. Las acusaciones que Satanás había presentado contra Dios son refutadas. El oprobio que había arrojado contra el Cielo queda para siempre eliminado. Los ángeles tanto como los hombres son atraídos al Redentor. "Yo, si fuere levantado de la tierra—dijo él,—a todos traeré a mí mismo." DTG 579.1 - DTG 579.2
Lee Juan 15:1-11. ¿Cuál es el secreto del crecimiento y la salud espirituales?
"En esto es glorificado mi Padre—dijo Jesús,—en que llevéis mucho fruto." Dios desea manifestar por vosotros la santidad, la benevolencia, la compasión de su propio carácter. Sin embargo, el Salvador no invita a los discípulos a trabajar para llevar fruto. Les dice que permanezcan en él. "Si estuviereis en mí—dice él,—y mis palabras estuvieren en vosotros, pedid todo lo que quisiereis, y os será hecho." Por la Palabra es como Cristo mora en sus seguidores. Es la misma unión vital representada por comer su carne y beber su sangre. Las palabras de Cristo son espíritu y vida. Al recibirlas, recibís la vida de la vid. Vivís "con toda palabra que sale de la boca de Dios."15 La vida de Cristo en vosotros produce los mismos frutos que en él. Viviendo en Cristo, adhiriéndoos a Cristo, sostenidos por Cristo, recibiendo alimento de Cristo, lleváis fruto según la semejanza de Cristo. DTG 631.2
La raíz envía su nutrición por el sarmiento a la ramificación más lejana. Así comunica Cristo la corriente de su fuerza vital a todo creyente. Mientras el alma esté unida con Cristo, no hay peligro de que se marchite o decaiga.
La vida de la vid se manifestará en el fragante fruto de los sarmientos. "El que está en mí—dijo Jesús,—y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque sin mí nada podéis hacer." Cuando vivamos por la fe en el Hijo de Dios, los frutos del Espíritu se verán en nuestra vida; no faltará uno solo.
"Mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto, le quitará." Aunque el injerto esté unido exteriormente con la vid, puede faltar la conexión vital. Entonces no habrá crecimiento ni frutos. Puede haber una relación aparente con Cristo, sin verdadera unión con él por la fe. El profesar la religión coloca a los hombres en la iglesia, pero el carácter y la conducta demuestran si están unidos con Cristo. Si no llevan fruto, son pámpanos falsos. Su separación de Cristo entraña una ruina tan completa como la representada por el sarmiento muerto. "El que en mí no estuviere—dijo Cristo,—será echado fuera como mal pámpano, y se secará; y los cogen, y los echan en el fuego, y arden." DTG 630.3 - DTG 630.5