Ellos decían a la mujer: —Ya no creemos a causa de la palabra tuya, porque nosotros mismos hemos oído y sabemos que verdaderamente éste es el Salvador del mundo. RVa — Juan 4:42
Los judíos y los samaritanos eran acérrimos enemigos, y en cuanto les era posible, evitaban todo trato unos con otros. Los rabinos tenían por lícito el negociar con los samaritanos en caso de necesidad; pero condenaban todo trato social con ellos. Un judío no debía pedir nada prestado a un samaritano, ni aun un bocado de pan o un vaso de agua. Los discípulos, al ir a comprar alimentos, obraban en armonía con la costumbre de su nación, pero no podían ir más allá. El pedir un favor a los samaritanos, o el tratar de beneficiarlos en alguna manera, no podía cruzar siquiera por la mente de los discípulos de Cristo. DTG 155.2
La gran diferencia que había entre los judíos y los samaritanos se relacionaba con ciertas creencias religiosas, respecto a qué constituye el verdadero culto. Los fariseos no acostumbraban decir nada bueno de los samaritanos, sino que echaban sobre ellos sus más amargas maldiciones. Tan fuerte era la antipatía entre los judíos y los samaritanos, que a la mujer samaritana le pareció una cosa extraña que Cristo le pidiera de beber. "¿Cómo tú—le dijo—, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana?" "Porque—añade el evangelista—los judíos no se tratan con los samaritanos".1 Y cuando los judíos estaban tan llenos de odio asesino contra Cristo que se levantaron en el templo para apedrearlo, no pudieron encontrar mejores palabras para expresar su odio que: "¿No decimos bien nosotros, que tú eres samaritano, y tienes demonio?"2 Sin embargo el sacerdote y el levita descuidaron la misma obra que el Señor les había ordenado, dejando que el odiado y despreciado samaritano ministrara a uno de los compatriotas de ellos. PVGM 313.4
Lee Juan 4:1-4. Cuál fue el tema de fondo que llevó a Jesús a través de Samaria?
En viaje a Galilea, Jesús pasó por Samaria. Era ya mediodía cuando llegó al hermoso valle de Siquem. A la entrada de dicho valle, se hallaba el pozo de Jacob. Cansado de viajar, se sentó allí para descansar, mientras sus discípulos iban a comprar provisiones. DTG 155.1
Mientras Jesús estaba sentado sobre el brocal del pozo, se sentía débil por el hambre y la sed. El viaje hecho desde la mañana había sido largo, y se hallaba ahora bajo los rayos del sol de mediodía. Su sed era intensificada por la evocación del agua fresca que estaba tan cerca, aunque inaccesible para él; porque no tenía cuerda ni cántaro, y el pozo era hondo. Compartía la suerte de la humanidad, y aguardaba que alguien viniese para sacar agua. DTG 155.3
Lee Juan 4:5-9. ¿Cómo aprovechó Jesús esta oportunidad para entablar un diálogo con la mujer del pozo?
La mujer se dió cuenta de que Jesús era judío. En su sorpresa, se olvidó de concederle lo pedido, e indagó así la razón de tal petición: "¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana?"
Jesús contestó: "Si conocieses el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber: tú pedirías de él, y él te daría agua viva." Es decir: Te maravilla que yo te pida un favor tan pequeño como un sorbo de agua del pozo que está a nuestros pies. Si tú me hubieses pedido a mí, te hubiera dado a beber el agua de la vida eterna.
La mujer no había comprendido las palabras de Cristo, pero sintió su solemne significado. Empezó a cambiar su actitud despreocupada. Suponiendo que Jesús hablaba del pozo que estaba delante de ellos, dijo: "Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo: ¿de dónde, pues, tienes el agua viva? ¿Eres tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dió este pozo, del cual él bebió?" Ella no veía delante de sí más que un sediento viajero, cansado y cubierto de polvo. Lo comparó mentalmente con el honrado patriarca Jacob… DTG 156.1 - DTG 156.3
Lee Juan 4:7-15. ¿Cómo utiliza Jesús este encuentro para empezar a dar testimonio a esta mujer?
Jesús no contestó inmediatamente la pregunta respecto de sí mismo, sino que con solemne seriedad dijo: "Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, para siempre no tendrá sed: mas el agua que yo le daré, será en él una fuente de agua que salte para vida eterna."
El que trate de aplacar su sed en las fuentes de este mundo, bebe tan sólo para tener sed otra vez. Por todas partes, hay hombres que no están satisfechos. Anhelan algo que supla la necesidad del alma. Un solo Ser puede satisfacer esta necesidad. Lo que el mundo necesita, "el Deseado de todas las gentes," es Cristo. La gracia divina, que él solo puede impartir, es como agua viva que purifica, refrigera y vigoriza al alma.
Jesús no quiso dar a entender que un solo sorbo del agua de vida bastaba para el que la recibiera. El que prueba el amor de Cristo, lo deseará en mayor medida de continuo; pero no buscará otra cosa. Las riquezas, los honores y los placeres del mundo, no le atraen más. El constante clamor de su corazón es: "Más de ti." Y el que revela al alma su necesidad, aguarda para satisfacer su hambre y sed. Todo recurso en que confíen los seres humanos, fracasará. Las cisternas se vaciarán, los estanques se secarán; pero nuestro Redentor es el manantial inagotable. Podemos beber y volver a beber, y siempre hallar una provisión de agua fresca. Aquel en quien Cristo mora, tiene en sí la fuente de bendición, "una fuente de agua que salte para vida eterna." De este manantial puede sacar fuerza y gracia suficientes para todas sus necesidades. DTG 157.1 - DTG 157.3
¿Cuál es el trasfondo veterotestamentario de la afirmación de Jesús sobre el agua viva (Jeremías 2:13, Zacarías 14:8)?
Se acercó entonces una mujer de Samaria, y sin prestar atención a su presencia, llenó su cántaro de agua. Cuando estaba por irse, Jesús le pidió que le diese de beber. Ningún oriental negaría un favor tal. En el Oriente se llama al agua "el don de Dios." El ofrecer de beber al viajero sediento era considerado un deber tan sagrado que los árabes del desierto se tomaban molestias especiales para cumplirlo. El odio que reinaba entre los judíos y los samaritanos impidió a la mujer ofrecer un favor a Jesús; pero el Salvador estaba tratando de hallar la llave de su corazón, y con el tacto nacido del amor divino, él no ofreció un favor, sino que lo pidió. El ofrecimiento de un favor podría haber sido rechazado; pero la confianza despierta confianza. El Rey del cielo se presentó a esta paria de la sociedad, pidiendo un servicio de sus manos. El que había hecho el océano, el que rige las aguas del abismo, el que abrió los manantiales y los canales de la tierra, descansó de sus fatigas junto al pozo de Jacob y dependió de la bondad de una persona extraña para una cosa tan insignificante como un sorbo de agua. DTG 155.4
¿De qué manera refleja Ezequiel 36:25-27 las verdades que Jesús intentaba transmitir a Nicodemo y a la mujer del pozo?
No podemos pasar por alto estos versículos de las Escrituras a la ligera, como lo hemos estado haciendo hasta ahora nosotros y toda la denominación. Todos nosotros debemos notar cuidadosamente que el Señor ha de santificarse a sí mismo tomando a sus elegidos de entre los paganos, y de todos los países, y llevándolos a su propia tierra, a la tierra de sus padres. "Entonces", cuando regresen a la tierra de sus padres, dice la Escritura, rociará sobre ellos agua limpia, y así quedarán limpios de toda su inmundicia y de todos sus ídolos. Entonces y allí se les dará un corazón nuevo, y un espíritu nuevo, y se les hará andar en los estatutos de Dios y guardar Sus juicios. -
Aquí se nos dice que la purificación final de los santos, la purificación que quita todas las marcas del pecado, se lleva a cabo después de que Dios toma a Su pueblo de entre las naciones y de todos los países y los lleva a su propia tierra.
Lee Juan 4:16. ¿Cómo respondió Jesús a la petición de la mujer?
Mientras Jesús hablaba del agua viva, la mujer lo miró con atención maravillada. Había despertado su interés, y un deseo del don del cual hablaba. Se percató de que no se refería al agua del pozo de Jacob; porque de ésta bebía de continuo y volvía a tener sed. "Señor—dijo,—dame esta agua, para que no tenga sed, ni venga acá a sacarla."
Jesús desvió entonces bruscamente la conversación. Antes que esa alma pudiese recibir el don que él anhelaba concederle, debía ser inducida a reconocer su pecado y su Salvador. "Jesús le dice: Ve, llama a tu marido, y ven acá." Ella contestó: "No tengo marido." Esperaba así evitar toda pregunta en ese sentido. Pero el Salvador continuó: "Bien has dicho, No tengo marido; porque cinco maridos has tenido: y el que ahora tienes no es tu marido; esto has dicho con verdad." DTG 157.4 - DTG 157.5
Lee Juan 4:16-24. ¿Qué hizo Jesús para demostrar a esta mujer que conocía sus secretos más profundos, y cómo respondió ella?
Con paciencia Jesús le permitió llevar la conversación adonde ella quiso. Mientras tanto, aguardaba la oportunidad de volver a hacer penetrar la verdad en su corazón. "Nuestros padres adoraron en este monte—dijo ella,—y vosotros decís que en Jerusalem es el lugar donde es necesario adorar." A la vista estaba el monte Gerizim. Su templo estaba derribado y sólo quedaba el altar. El lugar del culto había sido tema de discusión entre judíos y samaritanos. Algunos de los antepasados de estos últimos habían pertenecido a Israel; pero por causa de sus pecados, el Señor había permitido que fuesen vencidos por una nación idólatra. Durante muchas generaciones, se habían mezclado con idólatras, cuya religión había contaminado gradualmente la suya. Es cierto que sostenían que sus ídolos tenían como único objeto hacerles acordar del Dios viviente, el Gobernante del universo; no obstante, el pueblo había sido inducido a reverenciar sus imágenes esculpidas. DTG 158.3
En respuesta a lo que mencionara la mujer, Jesús dijo: "Mujer, créeme, que la hora viene, cuando ni en este monte, ni en Jerusalem adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos: porque la salud viene de los judíos." Jesús había demostrado que él no participaba de los prejuicios judíos contra los samaritanos. Ahora se esforzó en destruir el prejuicio de esa samaritana contra los judíos. Al par que se refería al hecho de que la fe de los samaritanos estaba corrompida por la idolatría, declaró que las grandes verdades de la redención habían sido confiadas a los judíos y que de entre ellos había de aparecer el Mesías. En las Sagradas Escrituras, tenían una clara presentación del carácter de Dios y de los principios de su gobierno. Jesús se clasificó con los judíos como el pueblo al cual Dios se había dado a conocer.
El deseaba elevar los pensamientos de su oyente por encima de cuanto se refería a formas, ceremonias y cuestiones controvertidas. "La hora viene—dijo él,—y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren." DTG 159.1 - DTG 159.2
Mientras la mujer hablaba con Jesús, le impresionaron sus palabras. Nunca había oído expresar tales sentimientos por los sacerdotes de su pueblo o de los judíos. Al serle revelada su vida pasada, había llegado a sentir su gran necesidad. Comprendió la sed de su alma, que las aguas del pozo de Sicar no podrían nunca satisfacer. Nada de todo lo que había conocido antes, le había hecho sentir así su gran necesidad. Jesús la había convencido de que leía los secretos de su vida; sin embargo, se daba cuenta de que era un amigo que la compadecía y la amaba. Aunque la misma pureza de su presencia condenaba el pecado de ella, no había pronunciado acusación alguna, sino que le había hablado de su gracia, que podía renovar el alma. Empezó a sentir cierta convicción acerca de su carácter, y pensó: ¿No podría ser éste el Mesías que por tanto tiempo hemos esperado? Entonces le dijo: "Sé que el Mesías ha de venir, el cual se dice el Cristo: cuando él viniere nos declarará todas las cosas." Jesús le respondió: "Yo soy, que hablo contigo."
Al oír la mujer estas palabras, la fe nació en su corazón, y aceptó el admirable anunció de los labios del Maestro divino. DTG 160.1 - DTG 160.2
Lee Juan 4:27-29. ¿Qué medida sorprendente tomó la mujer?
Cuando los discípulos volvieron, se sorprendieron al hallar a su Maestro hablando con la mujer. No había bebido el agua refrigerante que deseaba, ni se detuvo a comer lo que los discípulos habían traído. Cuando la mujer se hubo ido, los discípulos le rogaron que comiera. Le veían callado, absorto, como en arrobada meditación. Su rostro resplandecía, y temían interrumpir su comunión con el Cielo. Pero sabían que se hallaba débil y cansado, y pensaban que era deber suyo recordarle sus necesidades. Jesús reconoció su amante interés, y dijo: "Yo tengo una comida que comer, que vosotros no Sabéis." DTG 161.1
La mujer se había llenado de gozo al escuchar las palabras de Cristo. La revelación admirable era casi abrumadora. Dejando su cántaro, volvió a la ciudad para llevar el mensaje a otros. Jesús sabía por qué se había ido. El hecho de haber dejado su cántaro hablaba inequívocamente del efecto de sus palabras. Su alma deseaba vehementemente obtener el agua viva, y se olvidó de lo que la había traído al pozo, se olvidó hasta de la sed del Salvador, que se proponía aplacar. Con corazón rebosante de alegría, se apresuró a impartir a otros la preciosa luz que había recibido.
"Venid, ved un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho: ¿si quizás es éste el Cristo?"—dijo a los hombres de la ciudad. Sus palabras conmovieron los corazones. Había en su rostro una nueva expresión, un cambio en todo su aspecto. Se interesaron por ver a Jesús. "Entonces salieron de la ciudad, y vinieron a él." DTG 161.4 - DTG 162.1
Lee Juan 4:30-42. ¿Qué sucedió después de este encuentro y qué enseña sobre cómo puede difundirse el Evangelio?
Mientras Jesús estaba todavía sentado a orillas del pozo, miró los campos de la mies que se extendían delante de él, y cuyo suave verdor parecía dorado por la luz del sol. Señalando la escena a sus discípulos, la usó como símbolo: "¿No decís vosotros: Aun hay cuatro meses hasta que llegue la siega? He aquí os digo: Alzad vuestros ojos, y mirad las regiones, porque ya están blancas para la siega." Y mientras hablaba, miraba a los grupos que se acercaban al pozo. Faltaban cuatro meses para la siega, pero allí había una mies ya lista para la cosecha.
"El que siega—dijo,—recibe salario, y allega fruto para vida eterna; para que el que siembra también goce, y el que siega. Porque en esto es el dicho verdadero: que uno es el que siembra, y otro es el que siega." En estas palabras, señala Cristo el servicio sagrado que deben a Dios los que reciben el Evangelio. Deben ser sus agentes vivos. El requiere su servicio individual. Y sea que sembremos o seguemos, estamos trabajando para Dios. El uno esparce la simiente; el otro junta la mies; pero tanto el sembrador como el segador reciben galardón. Se regocijan juntos en la recompensa de su trabajo.
Jesús dijo a los discípulos: "Yo os he enviado a segar lo que vosotros no labrasteis: otros labraron, y vosotros habéis entrado en sus labores." El Salvador estaba mirando hacia adelante, a la gran recolección del día de Pentecostés. Los discípulos no habían de considerarla como el resultado de sus propios esfuerzos. Estaban entrando en las labores de otros hombres. Desde la caída de Adán, Cristo había estado confiando la semilla de su palabra a sus siervos escogidos, para que la sembrasen en corazones humanos. Y un agente invisible, un poder omnipotente había obrado silenciosa pero eficazmente, para producir la mies. El rocío, la lluvia y el sol de la gracia de Dios habían sido dados para refrescar y nutrir la semilla de verdad. Cristo iba a regar la semilla con su propia sangre. Sus discípulos tenían el privilegio de colaborar con Dios. Eran colaboradores con Cristo y con los santos de la antigüedad. Por el derramamiento del Espíritu Santo en Pentecostés, se iban a convertir millares en un día. Tal era el resultado de la siembra de Cristo, la mies de su obra.
En las palabras dichas a la mujer al lado del pozo, una buena simiente había sido sembrada, y cuán pronto se había obtenido la mies. Los samaritanos vinieron y oyeron a Jesús y creyeron en él. Rodeándole al lado del pozo, le acosaron a preguntas, y ávidamente recibieron sus explicaciones de las muchas cosas que antes les habían sido obscuras. Mientras escuchaban, su perplejidad empezó a disiparse. Eran como gente que hallándose en grandes tinieblas, siguen un repentino rayo de luz hasta encontrar el día. Pero no les bastaba esta corta conferencia. Ansiaban oír más, y que sus amigos también oyesen a este maravilloso Maestro. Le invitaron a su ciudad, y le rogaron que quedase con ellos. Permaneció, pues, dos días en Samaria, y muchos más creyeron en él. DTG 162.2 - DTG 163.1
Los samaritanos creían que el Mesías había de venir como Redentor, no sólo de los judíos, sino del mundo. El Espíritu Santo, por medio de Moisés, lo había anunciado como profeta enviado de Dios. Por medio de Jacob, se había declarado que todas las gentes se congregarían alrededor suyo; y por medio de Abrahán, que todas las naciones de la tierra serían benditas en él. En estos pasajes basaba su fe en el Mesías la gente de Samaria, El hecho de que los judíos habían interpretado erróneamente a los profetas ulteriores, atribuyendo al primer advenimiento la gloria de la segunda venida de Cristo, había inducido a los samaritanos a descartar todos los escritos sagrados excepto aquellos que habían sido dados por medio de Moisés. Pero como el Salvador desechaba estas falsas interpretaciones, muchos aceptaron las profecías ulteriores y las palabras de Cristo mismo acerca del reino de Dios.
Jesús había empezado a derribar el muro de separación existente entre judíos y gentiles, y a predicar la salvación al mundo. Aunque era judío, trataba libremente con los samaritanos, y anulaba así las costumbres farisaicas de su nación. Frente a sus prejuicios, aceptaba la hospitalidad de este pueblo despreciado. Dormía bajo sus techos, comía en sus mesas—participando de los alimentos preparados y servidos por sus manos,—enseñaba en sus calles, y lo trataba con la mayor bondad y cortesía. DTG 163.3 - DTG 164.1