Y tal como el Señor lo había dicho por medio de Moisés, el corazón de Faraón se endureció y no dejó ir a los israelitas» (Éxo. 9: 35).
De nuevo llegó el mensaje divino a Moisés: “Entra, y habla a Faraón rey de Egipto, que deje ir de su tierra a los hijos de Israel.” Desalentado contestó: “He aquí los hijos de Israel no me escuchan: ¿cómo pues me escuchará Faraón?” Se le dijo que llevara a Aarón consigo, y que se presentara ante Faraón, para pedir otra vez “que deje ir de su tierra a los hijos de Israel.” PP54 266.2
Se le dijo que el monarca no cedería hasta que Dios visitara con sus juicios a Egipto y sacara a Israel mediante una señalada manifestación de su poder. Antes de enviar cada plaga, Moisés había de describir su naturaleza y sus efectos, para que el rey se salvara de ella si quería. Todo castigo despreciado sería seguido de uno más severo, hasta que su orgulloso corazón se humillara, y reconociera al Hacedor del cielo y de la tierra como el Dios verdadero y viviente. El Señor iba a dar a los egipcios la oportunidad de ver cuán vana era la sabiduría de sus hombres fuertes, cuán débil el poder de sus dioses, que se oponían a los mandamientos de Jehová. Castigaría al pueblo egipcio por su idolatría, y anularía las supuestas bendiciones que decían recibir de sus dioses inanimados. Dios glorificaría su propio nombre para que otras naciones oyeran de su poder y temblaran ante sus prodigios, y para que su pueblo se apartara de la idolatría y le tributara verdadera adoración. PP54 266.3
Lee Éxodo 7: 8 al 15. ¿Qué lecciones se desprenden de este primer enfrentamiento entre el Dios de los hebreos y los dioses de Egipto?
El rey exigió un milagro, como evidencia de su divina comisión. Moisés y Aarón habían sido instruidos acerca de cómo proceder en caso de que se hiciera semejante demanda, de manera que Aarón tomó la vara y la arrojó al suelo ante el faraón. Ella se convirtió en serpiente. El monarca hizo llamar a sus “sabios y hechiceros”, y “cada uno echó su vara, las cuales se volvieron culebras; pero la vara de Aarón devoró las varas de ellos”. Entonces el rey, más decidido que antes, declaró que sus magos eran iguales en poder a Moisés y Aarón; denuncio a los siervos del Señor como impostores, y se sintió seguro al resistir sus demandas. Sin embargo, aunque menospreció su mensaje, el poder divino le impidió hacerles daño. PP 237.3
Fue la mano de Dios, y no la influencia ni el poder de origen humano que poseyeran Moisés y Aarón, lo que obró los milagros hechos ante el faraón. Aquellas señales y maravillas tenían el propósito de convencer al faraón de que el gran “Yo SOY” había enviado a Moisés, y que era deber del rey permitir a Israel que saliera para servir al Dios viviente. Los magos también hicieron señales y maravillas; pues no actuaban por su propia habilidad solamente, sino mediante el poder de su dios, Satanás, quien les ayudaba a falsificar la obra de Jehová. PP 238.1
Los magos no convirtieron sus varas en verdaderas serpientes; ayudados por el gran engañador, produjeron esa apariencia mediante la magia. Estaba más allá del poder de Satanás cambiar las varas en serpientes vivas. El príncipe del mal, aunque posee toda la sabiduría y el poder de un ángel caído, no puede crear o dar vida; esta prerrogativa pertenece únicamente a Dios. Pero Satanás hizo todo lo que estaba a su alcance. Produjo una falsificación. Para la vista humana las varas se convirtieron en serpientes. Así lo creyeron el faraón y su corte. Nada había en su apariencia que las diferenciara de la serpiente producida por Moisés. Aunque el Señor hizo que la serpiente verdadera se tragara a las falsas, el faraón no lo consideró como obra del poder de Dios, sino como resultado de una magia superior a la de sus siervos. PP 238.2
Lee Éxodo 7: 3, 13, 14 y 22. ¿Cómo entendemos estos textos?
Dios había declarado tocante al faraón: “Pero yo endureceré su corazón, de modo que no dejará ir al pueblo”. Éxodo 4:21. No se ejerció un poder sobrenatural para endurecer el corazón del rey. Dios dio al faraón las muestras más evidentes de su divino poder; pero el monarca se negó obstinadamente a aceptar la luz. Toda manifestación del poder infinito que él rechazara lo empecinó más en su rebelión. El principio de rebelión que el rey sembró cuando rechazó el primer milagro, produjo su cosecha. Al mantener su terquedad y aumentarla gradualmente, su corazón se endureció más y más, hasta que fue llamado a contemplar el rostro frío de su primogénito muerto. PP 242.2
Dios habla a los hombres por medio de sus siervos, dándoles amonestaciones y advertencias y censurando el pecado. Da a cada uno oportunidad de corregir sus errores antes de que se arraiguen en el carácter; pero si uno se niega a corregirse, el poder divino no se interpone para contrarrestar la tendencia de su propia acción. La persona encuentra que le es más fácil repetirla. Va endureciendo su corazón contra la influencia del Espíritu Santo. Al rechazar después la luz se coloca en una posición en la cual aun una influencia mucho más fuerte será ineficaz para producir una impresión permanente. PP 242.3
"'Y Jehová dijo a Moisés: Cuando vayas a volver a Egipto, mira que hagas delante del Faraón todas aquellas maravillas que he puesto en tu mano; pero yo endureceré su corazón, para que no deje ir al pueblo'. Es decir, el despliegue de poder omnipotente ante el Faraón, al ser rechazado por él, lo haría más duro y firme en su rebelión. Su dureza de corazón aumentaría por la continua resistencia al poder de Dios. Pero él anularía la dureza del corazón de Faraón, de modo que su negativa a dejar marchar a Israel, engrandecería su nombre ante los egipcios y también ante su pueblo." 3SG 194.2
El faraón deseaba justificar la terquedad que manifestaba al resistirse al mandato divino, y buscó algún pretexto para menospreciar los milagros que Dios había hecho por medio de Moisés. Satanás le dio exactamente lo que quería. Mediante la obra que realizó por intermedio de los magos, hizo aparecer ante los egipcios a Moisés y Aarón como simples magos y hechiceros, y dio así a entender que su demanda no merecía el debido respeto al mensaje de un ser superior. De esta manera la falsificación satánica logró su propósito; envalentonó a los egipcios en su rebelión y provocó el endurecimiento del corazón de el faraón contra la convicción del Espíritu Santo. Satanás también esperaba turbar la fe de Moisés y de Aarón en el origen divino de su misión, a fin de que sus propios instrumentos prevaleciesen. No quería que los hijos de Israel fueran libertados de su servidumbre, para servir al Dios viviente. PP 238.3
Lee Éxodo 7: 14 a 8: 19. ¿Qué ocurrió al desencadenarse estas plagas?
A Moisés y Aarón se les indicó que a la mañana siguiente se dirigieran a la ribera del río, adonde solía ir el rey. Como las crecientes del Nilo eran la fuente del alimento y la riqueza de todo Egipto, se adoraba a este río como a un dios, y el monarca iba allá diariamente a cumplir sus devociones. En ese lugar los dos hermanos le repitieron su mensaje, y después, alargando la vara, hirieron el agua. La sagrada corriente se convirtió en sangre, los peces murieron, y el río se tornó hediondo. El agua que estaba en las casas, y la provisión que se guardaba en las cisternas también se transformó en sangre. Pero “los encantadores de Egipto hicieron lo mismo”. “El faraón se volvió y regresó a su casa, sin prestar atención tampoco a esto”. La plaga duró siete días, pero sin efecto alguno. PP 239.2
Nuevamente se alzó la vara sobre las aguas, y del río salieron ranas que se esparcieron por toda la tierra. Invadieron las casas, donde tomaron posesión de las alcobas, y aun de los hornos y las artesas. Este animal era considerado por los egipcios como sagrado, y no querían destruirlo. Pero las viscosas ranas se volvieron intolerables. Pululaban hasta en el palacio del faraón, y el rey estaba impaciente por alejarlas de allí. Los magos habían aparentado producir ranas, pero no pudieron quitarlas. Al verlo, el faraón fue humillado. Llamó a Moisés y a Aarón y dijo: “Orad a Jehová para que aparte las ranas de mí y de mi pueblo, y dejaré ir a tu pueblo para que ofrezca sacrificios a Jehová”. Luego de recordar al rey su jactancia anterior, le pidieron que designara el tiempo en que debieran orar para que desapareciera la plaga. El faraón designó el día siguiente, con la secreta esperanza de que en el intervalo las ranas desapareciesen por sí solas, librándolo de esa manera de la amarga humillación de someterse al Dios de Israel. La plaga, sin embargo, continuó hasta el tiempo señalado, en el cual en todo Egipto murieron las ranas, pero permanecieron sus cuerpos putrefactos corrompiendo la atmósfera. PP 239.3
El Señor pudo haber convertido las ranas en polvo en un momento, pero no lo hizo, no sea que una vez eliminadas, el rey y su pueblo dijeran que había sido el resultado de hechicerías y encantamientos como los que hacían los magos. Cuando las ranas murieron, fueron juntadas en montones. Con esto, el rey y todo Egipto tuvieron una evidencia que su vana filosofía no podía contradecir, vieron que esto no era obra de magia, sino un castigo enviado por el Dios del cielo. PP 240.1
“Pero al ver el faraón que le habían dado reposo, endureció su corazón”. Entonces, en virtud del mandamiento de Dios, Aarón alargó la mano, y el polvo de la tierra se convirtió en piojos por todos los ámbitos de Egipto. El faraón llamó a sus magos para que hicieran lo mismo, pero no pudieron. La obra de Dios se manifestó entonces superior a la de Satanás. Los magos mismos reconocieron: “Es el dedo de Dios”. Pero él permanecía inconmovible. PP 240.2
Lee Éxodo 8: 20 a 9: 12. ¿Qué enseña este relato acerca de la libertad humana de rechazar a Dios aun teniendo delante las mayores manifestaciones de su poder y su gloria?
Las súplicas y amonestaciones no tuvieron ningún efecto, y se impuso otro castigo. Se predijo la fecha en que había de suceder para que no se dijera que había acontecido por casualidad. Las moscas llenaron las casas y lo invadieron todo, “y la tierra fue corrompida a causa de ellas”. Estas moscas eran grandes y venenosas y sus picaduras eran muy dolorosas para hombres y animales. Como se había pronosticado, esta plaga no se extendió a la tierra de Gosén. PP 240.3
El faraón ofreció entonces permitir a los israelitas que ofrecieran sacrificios en Egipto; pero ellos se negaron a aceptar tales condiciones. “No conviene que hagamos así, porque ofreceríamos a Jehová, nuestro Dios, lo que es la abominación para los egipcios. Si sacrificáramos lo que es abominación para los egipcios delante de ellos, ¿no nos apedrearían?”. Los animales que los hebreos tendrían que sacrificar eran considerados sagrados por los egipcios; y era tal la reverencia en que los tenían, que aun el matar a uno accidentalmente era crimen punible de muerte. Sería imposible para los hebreos adorar en Egipto sin ofender a sus amos. PP 240.4
Moisés volvió a pedir al monarca que les permitiera internarse tres días de camino en el desierto. El rey consintió, y rogó a los siervos de Dios que implorasen que la plaga fuera quitada. Ellos prometieron hacerlo, pero le advirtieron de que no los tratara engañosamente. Se detuvo la plaga, pero el corazón del rey se había endurecido por la rebelión pertinaz, y todavía se negó a ceder. PP 241.1
Siguió un golpe más terrible; la peste atacó a todo el ganado egipcio que estaba en los campos. Tanto los animales sagrados como las bestias de carga, las vacas, bueyes, ovejas, caballos, camellos y asnos, todos fueron destruidos. Se había dicho claramente que los hebreos serían exonerados; y el faraón, al enviar mensajeros a las casas de los israelitas, comprobó la veracidad de esta declaración de Moisés. “Del ganado de los hijos de Israel no murió ni un animal”. Todavía el rey se mantenía obstinado. PP 241.2
Se le ordenó entonces a Moisés que tomara cenizas del horno y que las esparciese hacia el cielo delante del faraón. Este acto fue profundamente significativo. Cuatrocientos años antes, Dios había mostrado a Abraham la futura opresión de su pueblo, bajo la figura de un horno humeante y una lámpara encendida. Había declarado que visitaría con sus juicios a sus opresores, y que sacaría a los cautivos con grandes riquezas. En Egipto los israelitas habían languidecido durante mucho tiempo en el horno de la aflicción. Este acto de Moisés les garantizaba que Dios recordaba su pacto y que había llegado el momento de la liberación. PP 241.3
Cuando se esparcieron las cenizas hacia el cielo, las diminutas partículas se diseminaron por toda la tierra de Egipto, y doquiera cayeran producían granos, “hubo sarpullido que produjo úlceras tanto en los hombres como en las bestias”. Hasta entonces los sacerdotes y los magos habían alentado al faraón en su obstinación, pero ahora el castigo los había alcanzado también a ellos. Atacados por una enfermedad repugnante y dolorosa, ya no pudieron luchar contra el Dios de Israel, y el poder del que habían alardeado los hizo despreciables. Toda la nación vio cuán insensato era confiar en los magos, ya que ni siquiera podían protegerse a sí mismos. PP 241.4
Lee Éxodo 9: 13 a 10: 29. ¿Hasta qué punto consiguen estas plagas que el faraón cambie de opinión?
El faraón fue amenazado con una plaga de granizo y se le advirtió: “Envía, pues, a recoger tu ganado y todo lo que tienes en el campo, porque todo hombre o animal que se halle en el campo y no sea recogido en casa, el granizo caerá sobre él, y morirá”. La lluvia o el granizo eran en Egipto una cosa inusitada, y, tormenta como la predicha, nunca antes se había visto. La noticia se extendió rápidamente, y todos los que creyeron la palabra del Señor reunieron su ganado, mientras los que menospreciaron la advertencia lo dejaron en el campo. En esa forma, en medio de un castigo se manifestó la misericordia de Dios, se probó a las personas, y se mostró cuántos habían sido llevados a temer a Dios mediante la manifestación de su poder. PP 243.2
La tormenta llegó según lo predicho: truenos, granizo y fuego mezclados, “tan grande cual nunca hubo en toda la tierra de Egipto desde que fue habitada. Aquel granizo hirió en toda la tierra de Egipto todo lo que estaba en el campo, así hombres como bestias; también destrozó el granizo toda la hierba del campo, y desgajó todos los árboles del país”. La ruina y la desolación marcaron la senda del ángel destructor. Únicamente se salvó la región de Gosén. Se demostró a los egipcios que la tierra está bajo el dominio del Dios viviente, que los elementos responden a su voz, y que la verdadera seguridad está en obedecerlo. PP 243.3
Todo Egipto tembló ante el tremendo juicio divino. El faraón llamó aprisa a los dos hermanos y dijo: “He pecado esta vez; Jehová es justo, y yo y mi pueblo impíos. Orad a Jehová para que cesen los truenos de Dios y el granizo. Yo os dejaré ir; y no os detendréis más. Moisés le respondió: “Tan pronto salga yo de la ciudad, extenderé mis manos a Jehová; los truenos cesarán y no habrá más granizo, para que sepas que de Jehová es la tierra. Pero yo sé que ni tú ni tus siervos temeréis todavía la presencia de Jehová Dios””. PP 244.1
Moisés entonces extendió su vara por sobre la tierra, y sopló un viento del este, y trajo langostas. “en tan gran cantidad como no la hubo antes ni la habrá después”. Llenaron el cielo hasta que la tierra se oscureció, y devoraron toda cosa verde que quedaba. PP 245.5
El faraón hizo venir inmediatamente a los profetas y les dijo: “He pecado contra Jehová, vuestro Dios, y contra vosotros. Pero os ruego ahora que perdonéis mi pecado solamente esta vez, y que oréis a Jehová, vuestro Dios, para que aparte de mí al menos esta plaga mortal”. Así lo hicieron, y un fuerte viento del occidente se llevó las langostas hacia el mar Rojo. Pero aun así el rey persistió en su terca resolución. PP 245.6
De repente una gran oscuridad se asentó sobre la tierra, tan densa y negra que parecía que se podía palpar. No solo quedó la gente privada de luz, sino que también la atmósfera se puso muy pesada, de tal manera que era difícil respirar. “Ninguno vio a su prójimo, ni nadie se levantó de su lugar en tres días; pero todos los hijos de Israel tenían luz en sus habitaciones”. El sol y la luna eran para los egipcios objetos de adoración; en estas tinieblas misteriosas tanto la gente como sus dioses fueron heridos por el poder que había patrocinado la causa de los siervos (véase el Apéndice, nota 5). Sin embargo, por espantoso que fuera, este castigo evidenciaba la compasión de Dios y su falta de voluntad para destruir. Estaba dando a la gente tiempo para reflexionar y arrepentirse antes de enviarles la última y más terrible de las plagas. PP 246.1
Por último, el temor arrancó al faraón una concesión más. Al fin del tercer día de tinieblas, llamó a Moisés, y le dio su consentimiento para que el pueblo saliera, con tal de que los rebaños y las manadas permanecieran. “No quedará ni una pezuña, porque de él hemos de tomar para servir a Jehová, nuestro Dios, y no sabemos con qué hemos de servir a Jehová hasta que lleguemos allá”. La ira del rey estalló desenfrenadamente y gritó: “Retírate de mi presencia. Cuídate de no ver más mi rostro, pues el día en que veas mi rostro, morirás”. La contestación fué: “¡Bien has dicho!; No veré más tu rostro””. PP 246.2
“Moisés era considerado un gran hombre en la tierra de Egipto, a los ojos de los siervos del faraón y a los ojos del pueblo”. Moisés era considerado como persona venerable por los egipcios. El rey no se atrevió a hacerle daño, pues la gente lo consideraba como el único ser capaz de quitar las plagas. Deseaban que se permitiera a los israelitas salir de Egipto. Fueron el rey y los sacerdotes los que se opusieron hasta el último momento a las demandas de Moisés. PP 246.3