Apresado y Juzgado

Lección 11, Tercer Trimestre, del 7 al 13 de Septiembre del 2024

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Sábado por la tarde, 7 de Septiembre

Texto para memorizar:

Decía: —¡Abba, Padre, todo es posible para ti! ¡Aparta de mí esta copa! Pero no lo que yo quiero, sino lo que tú quieres. RVa — Marcos 14:36


Cristo se hallaba en el punto de transición entre dos sistemas y sus dos grandes fiestas respectivas. El, el Cordero inmaculado de Dios, estaba por presentarse como ofrenda por el pecado, y así acabaría con el sistema de figuras y ceremonias que durante cuatro mil años había anunciado su muerte. Mientras comía la pascua con sus discípulos, instituyó en su lugar el rito que había de conmemorar su gran sacrificio. La fiesta nacional de los judíos iba a desaparecer para siempre. El servicio que Cristo establecía había de ser observado por sus discípulos en todos los países y a través de todos los siglos. DTG 608.2

…Mediante las enseñanzas del servicio de los sacrificios, Cristo había de ser levantado ante todas las naciones, y cuantos le miraran vivirían. Cristo era el fundamento de la economía judía. Todo el sistema de los tipos y símbolos era una profecía compacta del Evangelio, una presentación en la cual estaban resumidas las promesas de la redención. HAp 12.2

Domingo, 8 de Septiembre

Inolvidable


Lee Marcos 14:1-11. ¿Qué dos historias se entrelazan aquí y cómo se complementan?

"Y estando Jesús en Betania, en casa de Simón el leproso, vino a él una mujer, con un vaso de alabastro de perfume de gran precio, y lo derramó sobre la cabeza de él, estando sentado a la mesa". Mateo 26:6, 7.

Este incidente está lleno de instrucción. Jesús, el Salvador del mundo, se está acercando al momento en que ha de ofrecer su vida por un mundo pecador. No obstante ni siquiera los discípulos comprendían lo que estaban por perder. María no podía razonar sobre este tema. Su corazón estaba lleno de un amor santo y puro. El sentimiento que la embargaba era: "¿Qué le daré al Señor por todas sus bendiciones?" Este costoso ungüento—de acuerdo a la tasación de los discípulos—era una muy humilde expresión de su amor por su Maestro. Pero Cristo valoraba este obsequio como una expresión de su amor, y el corazón de María rebozaba de una paz y una felicidad perfectas.

Cristo se deleitaba por la actitud sincera de María de hacer la voluntad del Señor. Aceptó aquella manifestación de purísimo afecto, que sus discípulos no pudieron entender... El perfume de María era un regalo de amor y este hecho era lo que le daba valor a los ojos de Cristo... Jesús vio que María se encogió, avergonzada, esperando un reproche de Aquel a quien amaba y adoraba. Por el contrario, escuchó decir al Maestro: "¿Por qué molestáis a esta mujer? Pues ha hecho conmigo una buena obra. Porque siempre tendréis pobres con vosotros, pero a mí no siempre me tendréis. Porque al derramar este perfume sobre mi cuerpo, lo ha hecho a fin de prepararme para la sepultura. De cierto os digo que dondequiera que se predique este evangelio, en todo el mundo, también se contará lo que ésta ha hecho, para memoria de ella". Jesús no recibiría ningún otro ungimiento, pues el sábado estaba cercano y ellos observaban el reposo sabático conforme al mandamiento... La disposición de María de ofrecer este servicio al Señor era de mayor valor para Cristo que todo el perfume de nardo y ungüento que pudiera haber en el mundo, pues manifestaba todo el aprecio que ella sentía por el Redentor del mundo. Era el amor de Cristo que la constreñía...

María, movida por el poder del Espíritu Santo, vio en Cristo a Aquel que había venido a buscar y a salvar las almas que estaban por perecer. Cada discípulo debió haber sido inspirado por una devoción semejante.—Manuscrito 28, 1897 CT 254.1 - CT 254.5

"Cuando Judas traicionó a su Maestro, no esperaba que Cristo se dejara prender. Cuántas veces había visto a los escribas y fariseos, cuando Jesús les enseñaba la verdad en parábolas, dejarse llevar por las sorprendentes figuras presentadas. Cuando se les planteaban preguntas para su decisión, habían pronunciado un juicio contra sí mismos, condenando el camino que ellos mismos seguían. ¡Cuántas veces, cuando Cristo había hecho la aplicación de la Palabra a sus propios corazones, y había mostrado que eran ellos los que Él estaba ilustrando ante el pueblo, la pura verdad, enviada a casa, los había enfurecido, y en su mortificación y locura habían tomado piedras para arrojarlas contra el Redentor del mundo! Una y otra vez le habrían matado si no hubiera sido por los ángeles celestiales que le asistían y guardaban su vida hasta el momento en que se decidiera el caso de los judíos como nación. Esta vida humana debía ser guardada por el poder de Dios hasta que terminara Su día de trabajo. 12LtMs, Ms 28, 1897, par. 5

"Pero Judas no razonaba de acuerdo con el propósito de Dios. Si Cristo pudo escapar de tantas trampas tendidas para destruirlo, pensó, ciertamente no se dejaría prender por los fariseos y saduceos. Él, Judas, cumpliría su parte en la venta de su Señor y obtendría su recompensa, mientras que el pueblo sería estafado con su dinero. Incluso hasta el final de su compañerismo con los discípulos Judas no fue sospechadodel mal propósito de su corazón." 12LtMs, Ms 28, 1897, par. 6 (Referencia del Inglés)

Lunes, 9 de Septiembre

La Última Cena


Lee Marcos 14:22-31. ¿Qué importancia tiene este relato para la fe cristiana?

"Y comiendo ellos, tomó Jesús el pan, y bendijo, y lo partió, y dió a sus discípulos, y dijo: Tomad, comed, esto es mi cuerpo. Y tomando el vaso, y hechas gracias, les dió, diciendo: Bebed de él todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, la cual es derramada por muchos para remisión de los pecados. Y os digo, que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel día, cuando lo tengo de beber nuevo con vosotros en el reino de mi Padre."

El traidor Judas estaba presente en el servicio sacramental. Recibió de Jesús los emblemas de su cuerpo quebrantado y su sangre derramada. Oyó las palabras: "Haced esto en memoria de mí." Y sentado allí en la misma presencia del Cordero de Dios, el traidor reflexionaba en sus sombríos propósitos y albergaba pensamientos de resentimiento y venganza.

Mientras les lavaba los pies, Cristo había dado pruebas convincentes de que conocía el carácter de Judas. "No estáis limpios todos,"3 había dicho. Estas palabras convencieron al falso discípulo de que Cristo leía su propósito secreto. Pero ahora Jesús habló más claramente. Sentado a la mesa con los discípulos, dijo, mirándolos: "No hablo de todos vosotros: y sé los que he elegido: mas para que se cumpla la Escritura: El que come pan conmigo, levantó contra mí su calcañar." DTG 609.2 - DTG 609.4

Aunque Jesús conocía a Judas desde el principio, le lavó los pies. Y el traidor tuvo ocasión de unirse con Cristo en la participación del sacramento. Un Salvador longánime ofreció al pecador todo incentivo para recibirle, para arrepentirse y ser limpiado de la contaminación del pecado. Este ejemplo es para nosotros. Cuando suponemos que alguno está en error y pecado, no debemos separarnos de él. No debemos dejarle presa de la tentación por algún apartamiento negligente, ni impulsarle al terreno de batalla de Satanás. Tal no es el método de Cristo. Porque los discípulos estaban sujetos a yerros y defectos, Cristo lavó sus pies, y todos menos uno de los doce fueron traídos al arrepentimiento. DTG 612.2

Al recibir el pan y el vino que simbolizan el cuerpo quebrantado de Cristo y su sangre derramada, nos unimos imaginariamente a la escena de comunión del aposento alto. Parecemos pasar por el huerto consagrado por la agonía de Aquel que llevó los pecados del mundo. Presenciamos la lucha por la cual se obtuvo nuestra reconciliación con Dios. El Cristo crucificado es levantado entre nosotros. DTG 616.1

Después del himno, salieron. Cruzaron por las calles atestadas, y salieron por la puerta de la ciudad hacia el monte de las Olivas, avanzando lentamente, engolfados cada uno de ellos en sus propios pensamientos. Cuando empezaban a descender hacia el monte, Jesús dijo, en un tono de la más profunda tristeza: "Todos vosotros seréis escandalizados en mí esta noche; porque escrito está: Heriré al Pastor, y las ovejas de la manada serán dispersas."9 Los discípulos oyeron esto con tristeza y asombro. Recordaron cómo, en la sinagoga de Capernaúm, cuando Cristo habló de sí mismo como del pan de vida, muchos se habían ofendido y se habían apartado de él. Pero los doce no se habían mostrado infieles. Pedro, hablando por sus hermanos, había declarado entonces su lealtad a Cristo. Entonces el Salvador había dicho: "¿No he escogido yo a vosotros doce, y uno de vosotros es diablo?"10 En el aposento alto, Jesús había dicho que uno de los doce le traicionaría, y que Pedro le negaría. Pero ahora sus palabras los incluían a todos.

Esta vez se oyó la voz de Pedro que protestaba vehementemente: "Aunque todos sean escandalizados, mas no yo."11 En el aposento alto, había declarado: "Mi alma pondré por ti." Jesús le había advertido que esa misma noche negaría a su Salvador. Ahora Cristo le repite la advertencia: "De cierto te digo que tú, hoy, en esta noche, antes que el gallo haya cantado dos veces, me negarás tres veces." Pero Pedro "con mayor porfía decía: Si me fuere menester morir contigo, no te negaré. También todos decían lo mismo."11 En la confianza que tenían en sí mismos, negaron la repetida declaración de Aquel que sabía. No estaban preparados para la prueba; cuando la tentación les sobreviniese, comprenderían su propia debilidad.

Cuando Pedro dijo que seguiría a su Señor a la cárcel y a la muerte, cada palabra era sincera; pero no se conocía a sí mismo. Ocultos en su corazón estaban los malos elementos que las circunstancias iban a hacer brotar a la vida. A menos que se le hiciese conocer su peligro, esos elementos provocarían su ruina eterna. El Salvador veía en él un amor propio y una seguridad que superarían aun su amor por Cristo. En su experiencia se habían revelado muchas flaquezas, mucho pecado que no había sido amortiguado, mucha negligencia de espíritu, un temperamento no santificado y temeridad para exponerse a la tentación. La solemne amonestación de Cristo fué una invitación a escudriñar su corazón. Pedro necesitaba desconfiar de sí mismo, y tener una fe más profunda en Cristo. Si hubiese recibido con humildad la amonestación, habría suplicado al pastor del rebaño que guardase su oveja. Cuando, en el mar de Galilea, estaba por hundirse, clamó: "Señor, sálvame."12 Entonces la mano de Cristo se extendió para tomar la suya. Así también ahora, si hubiese clamado a Jesús: Sálvame de mí mismo, habría sido guardado. Pero Pedro sintió que se desconfiaba de él, y pensó que ello era cruel. Ya se escandalizaba, y se volvió más persistente en su confianza propia. DTG 627.3-627.5

Mártes, 10 de Septiembre

Getsemaní


Lee Marcos 14:32-42. ¿Qué oró Jesús en Getsemaní y cómo fue respondida su oración?

Apartándose, Jesús volvió a su lugar de retiro y cayó postrado, vencido por el horror de una gran obscuridad. La humanidad del Hijo de Dios temblaba en esa hora penosa. Oraba ahora no por sus discípulos, para que su fe no faltase, sino por su propia alma tentada y agonizante. Había llegado el momento pavoroso, el momento que había de decidir el destino del mundo. La suerte de la humanidad pendía de un hilo. Cristo podía aun ahora negarse a beber la copa destinada al hombre culpable. Todavía no era demasiado tarde. Podía enjugar el sangriento sudor de su frente y dejar que el hombre pereciese en su iniquidad. Podía decir: Reciba el transgresor la penalidad de su pecado, y yo volveré a mi Padre. ¿Beberá el Hijo de Dios la amarga copa de la humillación y la agonía? ¿Sufrirá el inocente las consecuencias de la maldición del pecado, para salvar a los culpables? Las palabras caen temblorosamente de los pálidos labios de Jesús: "Padre mío, si no puede este vaso pasar de mí sin que yo lo beba, hágase tu voluntad."

Tres veces repitió esta oración. Tres veces rehuyó su humanidad el último y culminante sacrificio, pero ahora surge delante del Redentor del mundo la historia de la familia humana. Ve que los transgresores de la ley, abandonados a sí mismos, tendrían que perecer. Ve la impotencia del hombre. Ve el poder del pecado. Los ayes y lamentos de un mundo condenado surgen delante de él. Contempla la suerte que le tocaría, y su decisión queda hecha. Salvará al hombre, sea cual fuere el costo. Acepta su bautismo de sangre, a fin de que por él los millones que perecen puedan obtener vida eterna. Dejó los atrios celestiales, donde todo es pureza, felicidad y gloria, para salvar a la oveja perdida, al mundo que cayó por la transgresión. Y no se apartará de su misión. Hará propiciación por una raza que quiso pecar. Su oración expresa ahora solamente sumisión: "Si no puede este vaso pasar de mí sin que yo lo beba, hágase tu voluntad." DTG 641.2 - DTG 642.1

Pero Dios sufrió con su Hijo. Los ángeles contemplaron la agonía del Salvador. Vieron a su Señor rodeado por las legiones de las fuerzas satánicas, y su naturaleza abrumada por un pavor misterioso que lo hacía estremecerse. Hubo silencio en el cielo. Ningún arpa vibraba. Si los mortales hubiesen percibido el asombro de la hueste angélica mientras en silencioso pesar veía al Padre retirar sus rayos de luz, amor y gloria de su Hijo amado, comprenderían mejor cuán odioso es a su vista el pecado.

Los mundos que no habían caído y los ángeles celestiales habían mirado con intenso interés mientras el conflicto se acercaba a su fin. Satanás y su confederación del mal, las legiones de la apostasía, presenciaban atentamente esta gran crisis de la obra de redención. Las potestades del bien y del mal esperaban para ver qué respuesta recibiría la oración tres veces repetida por Cristo. Los ángeles habían anhelado llevar alivio al divino doliente, pero esto no podía ser. Ninguna vía de escape había para el Hijo de Dios. En esta terrible crisis, cuando todo estaba en juego, cuando la copa misteriosa temblaba en la mano del Doliente, los cielos se abrieron, una luz resplandeció de en medio de la tempestuosa obscuridad de esa hora crítica, y el poderoso ángel que está en la presencia de Dios ocupando el lugar del cual cayó Satanás, vino al lado de Cristo. No vino para quitar de su mano la copa, sino para fortalecerle a fin de que pudiese beberla, asegurado del amor de su Padre. Vino para dar poder al suplicante divino-humano. Le mostró los cielos abiertos y le habló de las almas que se salvarían como resultado de sus sufrimientos. Le aseguró que su Padre es mayor y más poderoso que Satanás, que su muerte ocasionaría la derrota completa de Satanás, y que el reino de este mundo sería dado a los santos del Altísimo. Le dijo que vería el trabajo de su alma y quedaría satisfecho, porque vería una multitud de seres humanos salvados, eternamente salvos.

La agonía de Cristo no cesó, pero le abandonaron su depresión y desaliento. La tormenta no se había apaciguado, pero el que era su objeto fué fortalecido para soportar su furia. Salió de la prueba sereno y henchido de calma. Una paz celestial se leía en su rostro manchado de sangre. Había soportado lo que ningún ser humano hubiera podido soportar; porque había gustado los sufrimientos de la muerte por todos los hombres. DTG 642.3 - DTG 643.1

Miércoles, 11 de Septiembre

Dejando Todo Para Huir de Jesús


Lee Marcos 14:43-52. ¿Qué ocurre aquí que es tan crucial para el plan de salvación?

Mirándolos tristemente, dijo: "Dormid ya, y descansad: he aquí ha llegado la hora, y el Hijo del hombre es entregado en manos de pecadores."

Aun mientras decía estas palabras, oía los pasos de la turba que le buscaba, y añadió: "Levantaos, vamos: he aquí ha llegado el que me ha entregado."

No se veían en Jesús huellas de su reciente agonía cuando se dirigió al encuentro de su traidor. Adelantándose a sus discípulos, dijo: "¿A quién buscáis?" Contestaron: "A Jesús Nazareno." Jesús respondió: "Yo soy." Mientras estas palabras eran pronunciadas, el ángel que acababa de servir a Jesús, se puso entre él y la turba. Una luz divina iluminó el rostro del Salvador, y le hizo sombra una figura como de paloma. En presencia de esta gloria divina, la turba homicida no pudo resistir un momento. Retrocedió tambaleándose. Sacerdotes, ancianos, soldados, y aun Judas, cayeron como muertos al suelo.

El ángel se retiró, y la luz se desvaneció. Jesús tuvo oportunidad de escapar, pero permaneció sereno y dueño de sí. Permaneció en pie como un ser glorificado, en medio de esta banda endurecida, ahora postrada e inerme a sus pies. Los discípulos miraban, mudos de asombro y pavor.

Pero la escena cambió rápidamente. La turba se levantó. Los soldados romanos, los sacerdotes y Judas se reunieron en derredor de Cristo. Parecían avergonzados de su debilidad, y temerosos de que se les escapase todavía. Volvió el Redentor a preguntar: "¿A quién buscáis?" Habían tenido pruebas de que el que estaba delante de ellos era el Hijo de Dios, pero no querían convencerse. A la pregunta: "¿A quién buscáis?" volvieron a contestar: "A Jesús Nazareno." El Salvador les dijo entonces: "Os he dicho que yo soy: pues si a mí buscáis, dejad ir a éstos," señalando a los discípulos. Sabía cuán débil era la fe de ellos, y trataba de escudarlos de la tentación y la prueba. Estaba listo para sacrificarse por ellos.

El traidor Judas no se olvidó de la parte que debía desempeñar. Cuando entró la turba en el huerto, iba delante, seguido de cerca por el sumo sacerdote. Había dado una señal a los perseguidores de Jesús diciendo: "Al que yo besare, aquél es: prendedle."7 Ahora, fingiendo no tener parte con ellos, se acercó a Jesús, le tomó de la mano como un amigo familiar, y diciendo: "Salve, Maestro," le besó repetidas veces, simulando llorar de simpatía por él en su peligro. DTG 643.3 - DTG 644.5

Jesús le dijo: "Amigo, ¿a qué vienes?" Su voz temblaba de pesar al añadir: "Judas, ¿con beso entregas al Hijo del hombre?" Esta súplica debiera haber despertado la conciencia del traidor y conmovido su obstinado corazón; pero le habían abandonado la honra, la fidelidad y la ternura humana. Se mostró audaz y desafiador, sin disposición a enternecerse. Se había entregado a Satanás y no podía resistirle. Jesús no rechazó el beso del traidor.

La turba se envalentonó al ver a Judas tocar la persona de Aquel que había estado glorificado ante sus ojos tan poco tiempo antes. Se apoderó entonces de Jesús y procedió a atar aquellas preciosas manos que siempre se habían dedicado a hacer bien.

Los discípulos habían pensado que su Maestro no se dejaría prender. Porque el mismo poder que había hecho caer como muertos a esos hombres podía dominarlos hasta que Jesús y sus compañeros escapasen. Se quedaron chasqueados e indignados al ver sacar las cuerdas para atar las manos de Aquel a quien amaban. En su ira, Pedro sacó impulsivamente su espada y trató de defender a su Maestro, pero no logró sino cortar una oreja del siervo del sumo sacerdote. Cuando Jesús vió lo que había hecho, libró sus manos, aunque eran sujetadas firmemente por los soldados romanos, y diciendo: "Dejad hasta aquí," tocó la oreja herida, y ésta quedó inmediatamente sana. Dijo luego a Pedro: "Vuelve tu espada a su lugar; porque todos los que tomaren espada, a espada perecerán. ¿Acaso piensas que no puedo ahora orar a mi Padre, y él me daría más de doce legiones de ángeles?"—una legión en lugar de cada uno de los discípulos. Pero los discípulos se preguntaban: ¿Oh, por qué no se salva a sí mismo y a nosotros? Contestando a su pensamiento inexpresado, añadió: "¿Cómo, pues, se cumplirían las Escrituras, que así conviene que sea hecho?" "El vaso que el Padre me ha dado, ¿no lo tengo de beber?"

Los discípulos quedaron aterrorizados al ver que Jesús permitía que se le prendiese y atase. Se ofendieron porque sufría esta humillación para sí y para ellos. No podían comprender su conducta, y le inculpaban por someterse a la turba. En su indignación y temor, Pedro propuso que se salvasen a sí mismos. Siguiendo esta sugestión, "todos los discípulos huyeron, dejándole." Pero Cristo había predicho esta deserción. "He aquí—había dicho,—la hora viene, y ha venido, que seréis esparcidos cada uno por su parte, y me dejaréis solo: mas no estoy solo, porque el Padre está conmigo."8
DTG 645.1 - DTG 646.2

Jueves, 12 de Septiembre

¿Quién Eres?


Lee Marcos 14:60-72. Compara cómo respondió Jesús a los acontecimientos en contraste con lo que hizo Pedro. ¿Qué lecciones podemos aprender de la diferencia?

Por fin, Caifás, alzando la diestra hacia el cielo, se dirigió a Jesús con un juramento solemne: "Te conjuro por el Dios viviente, que nos digas si eres tú el Cristo, Hijo de Dios."

Cristo no podía callar ante esta demanda. Había tiempo en que debía callar, y tiempo en que debía hablar. No habló hasta que se le interrogó directamente. Sabía que el contestar ahora aseguraría su muerte. Pero la demanda provenía de la más alta autoridad reconocida en la nación, y en el nombre del Altísimo. Cristo no podía menos que demostrar el debido respeto a la ley. Más que esto, su propia relación con el Padre había sido puesta en tela de juicio. Debía presentar claramente su carácter y su misión. Jesús había dicho a sus discípulos: "Cualquiera pues, que me confesare delante de los hombres, le confesaré yo también delante de mi Padre que está en los cielos."4 Ahora, por su propio ejemplo, repitió la lección. DTG 653.3 - DTG 653.4

"Desde ahora—dijo Jesús,—habéis de ver al Hijo del hombre sentado a la diestra de la potencia de Dios, y que viene en las nubes del cielo." Con estas palabras, Cristo presentó el reverso de la escena que ocurría entonces. El, el Señor de la vida y la gloria, estaría sentado a la diestra de Dios. Sería el juez de toda la tierra, y su decisión sería inapelable. Entonces toda cosa secreta estaría expuesta a la luz del rostro de Dios, y se pronunciaría el juicio sobre todo hombre, según sus hechos. DTG 654.3

La escena se desvaneció de la visión del sacerdote. Las palabras de Cristo habían herido en lo vivo al saduceo. Caifás había negado la doctrina de la resurrección, del juicio y de una vida futura. Ahora se sintió enloquecido por una furia satánica. ¿Iba este hombre, preso delante de él, a asaltar sus más queridas teorías? Rasgando su manto, a fin de que la gente pudiese ver su supuesto horror, pidió que sin más preliminares se condenase al preso por blasfemia. "¿Qué más necesidad tenemos de testigos?—dijo.—He aquí, ahora habéis oído su blasfemia. ¿Qué os parece?" Y todos le condenaron. DTG 655.1

Cuando Caifás rasgó sus vestiduras, su acto prefiguraba el lugar que la nación judía como nación iba a ocupar desde entonces para con Dios. El pueblo que había sido una vez favorecido por Dios se estaba separando de él, y rápidamente estaba pasando a ser desconocido por Jehová. Cuando Cristo en la cruz exclamó: "Consumado es,"7 y el velo del templo se rasgó de alto a bajo, el Vigilante Santo declaró que el pueblo judío había rechazado a Aquel que era el prototipo simbolizado por todas sus figuras, la substancia de todas sus sombras. Israel se había divorciado de Dios. Bien podía Caifás rasgar entonces sus vestiduras oficiales que significaban que él aseveraba ser representante del gran Sumo Pontífice; porque ya no tendrían significado para él ni para el pueblo. Bien podía el sumo sacerdote rasgar sus vestiduras en horror por sí mismo y por la nación. DTG 656.3

Pedro no había querido que fuese conocido su verdadero carácter. Al asumir un aire de indiferencia, se había colocado en el terreno del enemigo, y había caído fácil presa de la tentación. Si hubiese sido llamado a pelear por su Maestro, habría sido un soldado valeroso; pero cuando el dedo del escarnio le señaló, se mostró cobarde. Muchos que no rehuyen una guerra activa por su Señor, son impulsados por el ridículo a negar su fe. Asociándose con aquellos a quienes debieran evitar, se colocan en el camino de la tentación. Invitan al enemigo a tentarlos, y se ven inducidos a decir y hacer lo que nunca harían en otras circunstancias. El discípulo de Cristo que en nuestra época disfraza su fe por temor a sufrir oprobio niega a su Señor tan realmente como lo negó Pedro en la sala del tribunal. DTG 658.2

Mientras los juramentos envilecedores estaban todavía en los labios de Pedro y el agudo canto del gallo repercutía en sus oídos, el Salvador se desvió de sus ceñudos jueces y miró de lleno a su pobre discípulo. Al mismo tiempo, los ojos de Pedro fueron atraídos hacia su Maestro. En aquel amable semblante, leyó profunda compasión y pesar, pero no había ira.

Al ver ese rostro pálido y doliente, esos labios temblorosos, esa mirada de compasión y perdón, su corazón fué atravesado como por una flecha. Su conciencia se despertó. Los recuerdos acudieron a su memoria y Pedro rememoró la promesa que había hecho unas pocas horas antes, de que iría con su Señor a la cárcel y a la muerte. Recordó su pesar cuando el Salvador le dijo en el aposento alto que negaría a su Señor tres veces esa misma noche. Pedro acababa de declarar que no conocía a Jesús, pero ahora comprendía, con amargo pesar, cuán bien su Señor lo conocía a él, y cuán exactamente había discernido su corazón, cuya falsedad desconocía él mismo. DTG 659.2 - DTG 659.3

Viernes, 13 de Septiembre

Estudio Adicional

Cuando los jueces pronunciaron la condena de Jesús, una furia satánica se apoderó del pueblo. El rugido de las voces era como el de las fieras. La muchedumbre corrió hacia Jesús, gritando: ¡Es culpable! ¡Matadle! De no haber sido por los soldados romanos, Jesús no habría vivido para ser clavado en la cruz del Calvario. Habría sido despedazado delante de sus jueces, si no hubiese intervenido la autoridad romana y, por la fuerza de las armas, impedido la violencia de la turba.

Los paganos se airaron al ver el trato brutal infligido a una persona contra quien nada había sido probado. Los oficiales romanos declararon que los judíos, al pronunciar sentencia contra Jesús, estaban infringiendo las leyes del poder romano, y que hasta era contrario a la ley judía condenar a un hombre a muerte por su propio testimonio. Esta intervención introdujo cierta calma en los procedimientos; pero en los dirigentes judíos habían muerto la vergüenza y la compasión.

Los sacerdotes y gobernantes se olvidaron de la dignidad de su oficio, y ultrajaron al Hijo de Dios con epítetos obscenos. Le escarnecieron acerca de su parentesco, y declararon que su aserto de proclamarse el Mesías le hacía merecedor de la muerte más ignominiosa. Los hombres más disolutos sometieron al Salvador a ultrajes infames. Se le echó un viejo manto sobre la cabeza, y sus perseguidores le herían en el rostro, diciendo: "Profetízanos tú, Cristo, quién es el que te ha herido." Cuando se le quitó el manto, un pobre miserable le escupió en el rostro.

Los ángeles de Dios registraron fielmente toda mirada, palabra y acto insultantes de los cuales fué objeto su amado General. Un día, los hombres viles que escarnecieron y escupieron el rostro sereno y pálido de Cristo, mirarán aquel rostro en su gloria, más resplandeciente que el sol. DTG 661.6 - DTG 662.3