“Un mandamiento nuevo les doy: que se amen unos a otros. Que se amen así como yo los he amado. En esto conocerán todos que ustedes son mis discípulos, si se aman unos a otros” (Juan 13:34, 35).
“La comunión íntima de Jehová es con los que lo temen”. Salmos 25:14. Abraham había honrado a Dios, y el Señor lo honró, haciéndole partícipe de sus consejos, y revelándole sus propósitos. “¿Encubriré yo a Abraham lo que voy a hacer?” dijo el Señor. Véase Génesis 18:17-33. Dios conocía bien la medida de la culpabilidad de Sodoma; pero se expresó a la manera de los hombres, para que la justicia de su trato fuese comprendida. Antes de descargar sus juicios sobre los transgresores, iría él mismo a examinar su conducta; si no habían traspasado los límites de la misericordia divina, les concedería todavía más tiempo para que se arrepintieran. P.P. 118
Dos de los mensajeros celestiales se marcharon dejando a Abraham solo con Aquel a quien reconocía ahora como el Hijo de Dios. Y el hombre de fe intercedió en favor de los habitantes de Sodoma. Una vez los había salvado mediante su espada, ahora trató de salvarlos por medio de la oración. Lot y su familia habitaban aún allí; y el amor desinteresado que movió a Abraham a rescatarlo de los elamitas, trató ahora de salvarlo de la tempestad del juicio divino, si era la voluntad de Dios. P.P. 118
Lee Génesis 18:1 al 15. ¿Qué elementos de la hospitalidad se evidencian en la respuesta de Abraham a sus invitados?
Fue la hospitalidad de Abrahán la que trajo bendición tan grande a su hogar – los tres invitados Celestiales quienes reafirmaron la promesa de un heredero. Y al mostrar complacientemente el camino hacia la ciudad caminando con ellos una corta distancia ocasionó que los ángeles le confiaran su triste misión concerniente a Sodoma. Ningún Hogar, por lo tanto, debe olvidarse “de la hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles”. Hebreos 13:2.
Abrahán había de llegar a ser una gran y poderosa nación porque él ordenaría sus hijos y su parentela en las cosas de Dios, para que guardaran los caminos del Señor, y hacer “justicia y juicio”. Dios reconoció que el hogar de Abrahán iba a ser una escuela de hogar modelo, y así este Patriarca de las Edades llegó a ser un “amigo de Dios”, y el “padre de los fieles”. Dios, ven ustedes, honra a los padres que rigen su hogar correctamente, y que ordenan su parentela en las cosas de El.
En la vida, todo acto, por insignificante que sea, tiene su influencia para el bien o para el mal. La fidelidad o el descuido en lo que parecen ser deberes menos importantes puede abrir la puerta a las más ricas bendiciones o a las mayores calamidades. Son las cosas pequeñas las que prueban el carácter. Dios mira con una sonrisa complaciente los actos humildes de abnegación cotidiana, si se realizan con un corazón alegre y voluntario. No hemos de vivir para nosotros mismos, sino para los demás. Solo olvidándonos de nosotros mismos y participando un espíritu amable y ayudador, podemos hacer de nuestra vida una bendición. Las pequeñas atenciones, los actos sencillos de cortesía, contribuyen mucho a la felicidad de la vida, y el descuido de estas cosas influye considerablemente en la miseria humana. P.P. 137
Lee Génesis 18:16 al 33. ¿Cómo ejerció Abraham su gran cualidad de amar a todas las personas sin distinción de tribu, raza o pueblo?
De Abraham está escrito que “fue llamado amigo de Dios”, “padre de todos los creyentes”. Santiago 2:23; Romanos 4:11. El testimonio de Dios acerca de este fiel patriarca es: “Oyó Abraham mi voz, y guardó mi precepto, mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes”. Y en otro lugar dice: “Yo lo he conocido, sé que mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová, haciendo justicia y juicio, para que haga venir Jehová sobre Abraham lo que ha hablado acerca de él”. Génesis 26:5; 18:19. PP 119.3
Fue un gran honor para Abraham ser el padre del pueblo que durante siglos había sido guardián y preservador de la verdad de Dios para el mundo, de aquel pueblo por medio del cual todas las naciones de la tierra iban a ser bendecidas con el advenimiento del Mesías prometido. El que llamó al patriarca lo consideró digno. Es Dios el que habla. El que entiende los pensamientos desde antes y desde muy lejos y justiprecia a los hombres, dice: “Lo he conocido”. En lo que tocaba a Abraham, no traicionaría la verdad por motivos egoístas. Guardaría la ley y se conduciría recta y justamente. Y no solo temería al Señor, sino que también cultivaría la religión en su hogar. Instruiría a su familia en la justicia. La ley de Dios sería la norma de su hogar. PP 120.1
La familia de Abraham comprendía más de mil almas. Los que por sus enseñanzas eran inducidos a adorar al Dios único encontraban un hogar en su campamento; y allí, como en una escuela, recibían una instrucción que los preparaba para ser representantes de la verdadera fe. Así que pesaba sobre Abraham una gran responsabilidad. Educaba a los padres de familia, y sus métodos de gobierno eran puestos en práctica en las casas que ellos presidían. PP 120.2
Lee Génesis 18:23 al 32 y Santiago 5:16. ¿Qué nos enseña esto acerca del poder de la oración intercesora?
Con profunda reverencia y humildad rogó: “He aquí ahora que he comenzado a hablar a mi Señor, aunque soy polvo y ceniza.” En su súplica no había confianza en sí mismo, ni jactancia de su propia justicia. No pidió un favor basado en su obediencia, o en los sacrificios que había hecho en cumplimiento de la voluntad de Dios. Siendo él mismo pecador, intercedió en favor de los pecadores. Semejante espíritu deben tener todos los que se acercan a Dios. Abrahán manifestó la confianza de un niño que suplica a un padre a quien ama. Se aproximó al mensajero celestial, y fervientemente le hizo su petición. A pesar de que Lot habitaba en Sodoma, no participaba de la impiedad de sus habitantes. Abrahán pensó que en aquella populosa ciudad debía haber otros adoradores del verdadero Dios. Y tomando en consideración este hecho, suplicó: “Lejos de ti el hacer tal, que hagas morir al justo con el impío, y que sea el justo tratado como el impío; nunca tal hagas. El juez de toda la tierra ¿no ha de hacer lo que es justo?” Génesis 18:25. Abrahán no imploró sólo una vez, sino muchas. Atreviéndose a más a medida que se le concedía lo pedido, persistió hasta que obtuvo la seguridad de que aunque hubiese allí sólo diez personas justas, la ciudad sería perdonada. PP54 134.2
El amor hacia las almas a punto de perecer inspiraba las oraciones de Abrahán. Aunque detestaba los pecados de aquella ciudad corrompida, deseaba que los pecadores pudieran salvarse. Su profundo interés por Sodoma demuestra la ansiedad que debemos experimentar por los impíos. Debemos sentir odio hacia el pecado, y compasión y amor hacia el pecador. Por todas partes, en derredor nuestro, hay almas que van hacia una ruina tan desesperada y terrible como la que sobrecogió a Sodoma. Cada día termina el tiempo de gracia para algunos. Cada hora, algunos pasan más allá del alcance de la misericordia. ¿Y dónde están las voces de amonestación y súplica que induzcan a los pecadores a huir de esta pavorosa condenación? ¿Dónde están las manos extendidas para sacar a los pecadores de la muerte? ¿Dónde están los que con humildad y perseverante fe ruegan a Dios por ellos? PP54 135.1
El espíritu de Abrahán fué el espíritu de Cristo. El mismo Hijo de Dios es el gran intercesor en favor del pecador. El que pagó el precio de su redención conoce el valor del alma humana. Sintiendo hacia la iniquidad un antagonismo que sólo puede existir en una naturaleza pura e inmaculada, Cristo manifestó hacia el pecador un amor que sólo la bondad infinita pudo concebir. En la agonía de la crucifixión, él mismo, cargado con el espantoso peso de los pecados del mundo, oró por sus vilipendiadores y asesinos: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.” Lucas 23:34. PP54 135.2
Lee Génesis 19:1 al 29. ¿Cuál fue el resultado del espíritu de hospitalidad, amor y oración de Abraham?
A la caída de la tarde, dos forasteros llegaron a la puerta de la ciudad. Parecían viajeros que venían a pasar allí la noche. Nadie pudo reconocer en estos humildes caminantes a los poderosos heraldos del juicio divino, y poco pensaba la alegre e indiferente multitud que, en su trato con estos mensajeros celestiales, esa misma noche colmaría la culpabilidad que condenaba a su orgullosa ciudad. Pero hubo un hombre que demostró a los forasteros una amable atención, convidándolos a su casa. Lot no conocía el verdadero carácter de los visitantes, pero la cortesía y la hospitalidad eran una costumbre en él, formaban parte de su religión, eran lecciones que había aprendido del ejemplo de Abraham. Si no hubiera cultivado este espíritu de cortesía, habría sido abandonado para morir con los demás habitantes de Sodoma. Muchas familias, al cerrar sus puertas a un forastero, han excluido a algún mensajero de Dios, que les habría proporcionado bendición, esperanza y paz. PP 137.2
Los ángeles manifestaron a Lot el objeto de su misión: “Vamos a destruir este lugar, por cuanto el clamor contra la gente de esta ciudad ha subido de punto delante de Jehová. Por tanto, Jehová nos ha enviado a destruirla”. Génesis 19:3. Los forasteros a quienes Lot había tratado de proteger, le prometieron a su vez protegerlo a él y salvar también a todos los miembros de su familia que huyeran con él de la ciudad impía. La turba ya cansada se había marchado, y Lot salió para avisar a sus yernos. Repitió las palabras de los ángeles: “¡Levantaos, salid de este lugar, porque Jehová va a destruir esta ciudad!” Génesis 19:14. Pero a ellos les pareció que Lot bromeaba. Se rieron de lo que llamaron sus temores supersticiosos. Sus hijas se dejaron convencer por la influencia de sus maridos. Se encontraban perfectamente bien donde estaban. No podían ver señal alguna de peligro. Todo estaba exactamente como antes. Tenían grandes haciendas, y no les parecía posible que la hermosa Sodoma iba a ser destruida. PP 139.2
“El sol salía sobre la tierra cuando Lot llegó a Zoar”. Los claros rayos matutinos parecían anunciar prosperidad y paz a las ciudades de la llanura. Empezó el ajetreo de la vida diaria por las calles; los hombres iban por sus distintos caminos, a su negocio o a los placeres del día. Los yernos de Lot se burlaban de los temores y advertencias del caduco anciano. PP 141.2
De repente, como un trueno en un cielo despejado, se desató la tempestad. El Señor hizo llover fuego y azufre del cielo sobre las ciudades y la fértil llanura. Sus palacios y templos, las costosas moradas, los jardines y viñedos, la muchedumbre amante del placer, que la noche anterior había injuriado a los mensajeros del cielo, todo fue consumido. El humo de la conflagración ascendió al cielo como si fuera el humo de un gran horno. Y el hermoso valle de Sidim se convirtió en un desierto, un sitio que jamás había de ser reconstruido ni habitado, como testimonio para todas las generaciones de la seguridad con que el juicio de Dios castiga el pecado. PP 141.3
Las llamas que consumieron las ciudades de la llanura transmiten hasta nuestros días la luz de su advertencia. Se nos enseña la temible y solemne lección de que mientras la misericordia de Dios tiene mucha paciencia con el transgresor, hay un límite más allá del cual los hombres no pueden seguir en sus pecados. Cuando se llega a ese límite, se retira el ofrecimiento de la gracia y comienza la ejecución del juicio. PP 142.1
Lee Génesis 12:1 al 9. ¿Qué enseñan estos versículos acerca de someternos a la voluntad de Dios, aun cuando el camino por seguir no parezca claro?
Cuando se prosigue el método seguido por Abraham, entonces, y solo entonces, puede cualquiera de nosotros ser justificado; no hay otra manera. “Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente simiente de Abraham sois, y conforme a la promesa los herederos” (Gálatas 3:29) “Si fuerais hijos de Abraham, las obras de Abraham haríais” (Juan 8:39.) Tomemos nota de la fe, experiencia y justificación de Abraham. “Oídme los que seguís justicia, los que buscáis a Jehová: Mirad la piedra de donde fuisteis cortados, y la caverna de la fosa de donde fuisteis arrancados. Mirad a Abraham vuestro padre” (Isaías 51:1, 2).
En lo siguiente se notará que Abraham respondió sin vacilar a todo lo que Dios le ordenó que hiciera: “Empero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré … Y fue Abram, como Jehová le dijo … Y apareció Jehová a Abram, y le dijo: a tu simiente daré esta tierra. Y edificó allí un altar a Jehová, que le había aparecido” (Génesis 12:1, 4, 7). “Y Jehová dijo a Abram, después que Lot se apartó de él: Alza ahora tus ojos, y mira desde el lugar donde estás hacia el aquilón, y al mediodía, y al oriente y al occidente. Porque toda la tierra que ves, te daré a ti y a tu simiente para siempre. Y haré tu simiente como el polvo de la tierra; que si alguno podrá contar el polvo de la tierra, también tu simiente será contada. Levántate, ve por la tierra a lo largo de ella y a su ancho; porque a ti la tengo de dar. Abram, pues, removiendo su tienda, vino y moró en el alcornocal de Mamre, que es en Hebrón, y edificó allí un altar a Jehová” (Génesis 13:14-18).
“Abraham creyó a Dios, y le fue atribuido a justicia, y fue llamado amigo de Dios” (Santiago 2:23). Simplemente por las cosas que Dios pidió de él obtuvo este registro: “Por cuanto oyó Abraham mi voz, y guardó mi precepto, mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes”. “Todas las gentes de la tierra serán benditas en tu simiente” (Génesis 26:4). Teniendo fe en la Palabra como un niño, y haciendo todo lo que Dios ha dicho, es la única santificación y justicia que es de Cristo. Ellos declaran abiertamente que la sangre de Cristo tiene poder para salvarlos de la esclavitud del pecado, y de la condenación de la ley. Ellos heredarán la tierra para siempre jamás. Estos son el Israel de Dios. No hay otros, y solamente esto es la justificación y santificación por fe.
Por el testimonio inspirado hemos aprendido que Abraham y Lot, ambos, llegaron a ser tan ricos que tuvieron que disolver su sociedad y ocupar porciones separadas de la tierra. Abraham sugirió que Lot debería escoger primero la tierra que él quería y Abraham tomaría lo que quedara. Lot escogió todas las planicies y dejó las colinas a Abraham. Quizá desde un punto de vista de negocios la selección que hizo Lot fue buena, pero desde el punto de vista de Dios no lo fue. Al hacer su selección Lot no vio o no tomó en cuenta el hecho de que había sido grandemente bendecido al tener esa sociedad con su tío Abraham. Pensó solamente en su seguridad futura personal y egoísta. Abraham, sin embargo, no puso objeciones a la selección de Lot. Con gusto tomó las colinas.
Con el transcurso del tiempo Lot se mudó a la ciudad donde se hizo más y más pobre. Finalmente, al ángel del Señor tuvo que rescatarlo y salió sin nada. Como un fuerte contraste con la devastadora experiencia de Lot, Abraham constantemente se hizo más y más rico y Dios finalmente le dio toda la tierra. ¿Cuál fue el secreto del éxito de Abraham? Dios mismo prosperó a Abraham cuando Él vio que era fiel en todas las cosas. Cuando somos fieles en todas las cosas más abundantemente nos bendecirá.